Aquel árbol que asomaba por la ventana de finisterra sigue meciendo el nido de los gorriones matinales que la despertaban. Resintió el otoño largo, su edad interminable. Una simple agrura sin nombre que creció en los ojos cerrados, en la respiración profunda, en la calle sepia, en la postal de una banqueta barrida por el polvo.
Aquella sonaja breve, música de luz y sombra que finistera escuchaba mientras dibujaba cuerpos y la casa se iba llenando de aroma a café y leche hirviendo. Imágenes como una ventana por las que se resbala la lluvia y la vida.
Yo soy un poco ese árbol y esos gorriones. La calle y los trazos agredidos por la humedad y el tiempo. Esta larga fila de cosas y gente que se despide se me figura al tren que toca siempre a la una. Sin falta. El tren que cruza la lejana comarca de finisterra.

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