El síndrome Bartleby

El cándido nihilismo de Bartleby fue contagiando la última semana

y desestimó la tinta, el papel, el café incluso.

Tal fue la desgana que los poemas se fueron largando

al comprobar que el clima de trabajo se había diluido en agua de colonia.

"Preferiría no vernos", dije al lejano amante

que regresa tras meses de silencio y guerras sórdidas.

"Preferiría no probarlo", al camarero

que traía a la mesa un champagne exelente.

"Preferiría no ir", al mejor amigo del lunes por la tarde.

Y allí quedaron, mustias, como flores olvidadas, las propuestas:

el hombre sin cita, sin hotel, sin maleta, sin besos;

la copa que me haría inventar un par de mentiras, probablemente hermosas;

las entradas al cine que rasgarían la niebla de un lunes demaciado húmedo;

el poema apenas crecido, sólo atisbo torpe

del poema que pudo ser.

Magníficas perspectivas se ofrecen para la semana entrante,

si es que Bartleby no aparece de nuevo

por la puerta de atrás.

Mercedes Escolano

(en el encuentro con este poema en la mente de B, como una bala, F)

Carta de niebla

Carta de niebla

Para: Omar, Alfonso, Franco, Iván, Horacio.

Me digo, silenciosamente resentido y mirando por el rabillo el espejo de una sala inmensa: estoy empañado. Es decir, no es el espejo lo que tiene la pátina de bruma, soy yo, que nada entiendo, la masa que está fuera de foco en esta ciudad en la que apenas llueve.

No sabes, hay un hombre con los ojos profundísimos que habla o que creo que habla sobre la narrative negre i criminal que es publicaven a itália. Y sobre un tal giallo, que es el nom popular per identificar un génere. Hasta aquí entiendo alguna cosa. El conferencista comienza a profundizar en el tema: On el “negre” es converteix en “groc”, y las palabras se van haciendo espirales fonéticas por las que desciendo irremediable hasta que las oraciones emitidas desde la caja tóraxica del tal Mauricio Pisú terminan por ser hoyos en los que me hundo con la elegancia de un saco de papas.

Decido marcharme de La Fraternitat en el Comte de Santa Clara. Al levantarme intento hacer el menor ruido pero es inevitable que se caiga tren nocturno, novela que dejé olvidada en mis rodillas; sí, ya sé, como se puede olvidar una novela en tus propias rodillas. Pues bien, la obra de Amis cae estrepitosamente y suena por toda la sala. Pisú me advierte por encima de sus anteojos y es inevitable que yo le mire y me quede en medio de la fila como venado alumbrado por los faros de algún auto. Reacciono y me siento estupido; tomo mi tren nocturno y salgo por fin de la sala. Después de todo a cualquiera se le cae un libro.

Camino por la Barceloneta pensando en dos que tres personas. Ninguna, seguro, tiene que ver contigo. O tal ves sí.

Una fina lluvia cae sobre el mar apacible y turistas alemanes nadan como si se tratara de aguas termales. Como si este viento invernal se pareciera en algo al viento veraniego que recorre por julio Bahía de Kino. Los miro desde dentro del impermeable y me sacude con más fuerza el frío.
Pienso en mi doble oscuro, en el monólogo del perro, en el recreo de los sordos, en las ciudades del cadáver, en la balada de los múltiples, en mutis, en los cuerpos de marcharse, en las filos del tatuaje, en las fallidas alas de los alacranes y me siento arrancado de toda esa piara de muchachitos ebrios que ahora, tan sobrios, urden o estudian su obra en algún lugar insospechado del mundo. Preparan, ceremoniosos, algún cuento sobre la tragedia latinoamericana o calibran novelas de largo aliento mientras leen sin tregua autores que van apareciendo con la vida como hongos, como arrugas en el rostro. Otros, quizá, fuman hierba o dibujan cuchillos o sabe qué cosa.

Algo me hace sentir, frente a este mar helado como la última sala de espera, que no es vano el intento y que la mejor de las venganzas es concentrarse en lo propio, como diría el pájaro que da cuerda al mundo. Concentrarse de adeveras.

Entonces y sin que nadie lo note veo mi mar. Es un mar con niebla que se va despejando lentamente, muy despacio.

Barcelona, 9 de Febrero de 2007