daniel va a l desierto

crecía la flama oscura de la noche
y el Pio era un tren largísimo
que se perdía entre las sombras

una manada de coyotes o nahuales
dejaron aullar su lento fuego
de panochitas incandescentes

la bóveda celeste enchufada a su memoria
la bóveda celeste inyectándolo como a sor Juana
la bóveda celeste llevándoselo cerca
de todo cerca

a joel garcía

hikuri

I

una magia espesa
dudosa
un sol helado y oscuro
una melena de cuchillos negros derramada en el desierto
la espalda de una niña raptada por los trenes
el brillo mineral en los ojos del coyote
iluminando la fiesta azul
de la noche

II

todo comienza
todo se mueve
el follaje que respira es este cuerpo asfixiado
el abuelo de polvo y raíz
que abre las ostras del infinito
la medula más honda
de la fuga

Escribo contra mí mismo

Entrevista con Antonio Lobo Antunes

Ricard Ruíz Garzón
En esa suerte de cubismo sinfónico que António Lobo Antunes (Lisboa, 1942) practica para plasmar los abismos de la conciencia, Buenas tardes a las cosas de aquí abajo --su última narración traducida, cuyo título procede de un saludo del escritor francés Valéry Larbaud tras varios años de silencio patológico-- supone un nuevo intento de sacudir los fundamentos canónicos del género. Edificada sobre los mismos presupuestos estéticos que su obra maestra, Esplendor de Portugal, esta dilatada demostración de virtuosismo parte de un mínimo hilo argumental, el de un perverso tráfico de diamantes en la Angola poscolonial, para ahondar de nuevo en muchas de las obsesiones íntimas de este eterno aspirante al Nobel. Al tratar de valorarla en la que ya ha anunciado como una de las últimas entrevistas que concederá a partir de ahora a la prensa, Lobo Antunes exhibe las mismas dudas y los mismos afanes que suelen teñir sus textos con una humilde lección de humanidad.

--Buenas tardes... está ambientada en Angola, su territorio predilecto.

--La Angola de mis novelas es una ficción, un universo literario que podía haberse llamado de otra forma. Mi Angola está más cerca de Macondo o Yoknapatawpha que de la verdadera África. Sólo es el escenario de mis obsesiones.

--La Angola real, que usted sufrió como médico durante la guerra colonial, posee petróleo y diamantes en abundancia, pero está entre los 16 países más pobres del planeta. Como escenario simbólico no deja de ser significativo...

--Angola es de los países más ricos del mundo; por eso es pobre, porque tiene la desdicha de ser rico en un mundo de ladrones. Las historias pasan, pero el mundo sigue siendo igual de cruel. Aunque eso no me interesa tanto, a mí la trama sólo me sirve de clavo para colgar la novela. Lo que me fascina es el trabajo con las palabras, la creación de mundos propios. Para mí toda buena novela es siempre simbólica.

--Esos símbolos atañen en su obra a aspectos como la violencia, el terrorismo y, en esta su última novela, el racismo y la mentira de Estado.

--Nada de eso estaba en mi cabeza al empezar la novela, la violencia del libro surgió a mi pesar. Yo trabajo hasta ser poseído por la creación, tengo que despertar la mano haciendo mil pruebas, tanteando. La novela trataba en las primeras versiones de sectas religiosas que luego desaparecieron. Por eso digo que aprendo a escribir con cada libro. No me gusta tener un libro en la cabeza; la literatura se hace con palabras, no con ideas.

--Teniendo en cuenta su proceso febril de escritura, el origen de sus novelas debe de estar más cerca de las vísceras...

--Antes planificaba mucho, pero ahora parto de un detalle, un color, algún sonido... Las palabras crecen y el libro se forma casi solo, es tu mano la que hace el trabajo y la cabeza no hace más que vigilarla. El libro siempre escribe mejor que tú. Y gracias a eso descubres otras realidades: tus obsesiones, tus vísceras o esas emociones inefables que hay que cercar con símbolos. Como psiquiatra siempre me fascinó la forma en que la mente permite crear realidades diversas, y ahora aprovecho ese bagaje en mis novelas.

--En esa aventura formal, dos rasgos distintivos son las metáforas y la puntuación, de una peculiaridad manifiesta. ¿Qué papel les concede?

--La clave está en dejar respirar la frase. Por eso utilizo mucho las comas y poco los puntos, por eso los encabalgamientos. Pero fue una conquista muy lenta. Las metáforas, que son como muletas de sentido, los adjetivos, todo se ha ido construyendo poco a poco, desde el hueso. Depurando lo accesorio, que es casi todo. En el fondo, el mío no es más que el itinerario de un chico que quería ser poeta y descubrió que no tenía talento.

--¿Podría entenderse su narrativa sin la poesía?

--Aún leo mucha poesía, hay pocas novelas que me entusiasmen. La mayoría me aburren, en cuanto las empiezo ya me pondría a corregirlas. Pero no soy poeta. Si lo fuera me ahorraría la asfixia de la técnica. La novela es muy fatigosa, es un trabajo casi artesanal. Por eso las primeras versiones son siempre malas. El libro está debajo de ellas, como en las esculturas de Miguel Ángel. De ahí que las novelas sean mejores que sus autores, y de ahí que debieran ser publicadas de forma anónima. La obra es fruto de una depuración artística: el autor, en cambio, no es más que un hombre común.

--Usted es un escritor con una gran carga ética. ¿No aspira a influir de algún modo?

--Sólo hago mi trabajo, como el médico o el carpintero. Si el libro logra algún objetivo, es mérito suyo, no mío. Los escritores son eslabones en una cadena que les precede y les pervivirá, a lo único que deben aspirar es a transformar de algún modo el arte de la novela. Yo lo intento porque no me satisface lo que se hace, pero tampoco confío mucho en ello. Mi único miedo es desilusionar a ciertas personas que tienen en mí una fe de la que yo carezco. Antes escribía contra mis maestros, para superar su influjo, pero hace tiempo que sólo escribo contra mí mismo, contra mis trabajos anteriores, para superar sus errores. Mi sueño es escribir una novela total, que lo contenga todo, incluso otros géneros, incluso la vida, lo que es una ambición imposible. En las dos o tres novelas que aún me queden por escribir desearía avanzar algo más contra el desánimo.

--Teniendo en cuenta su concepción de la literatura, ¿cómo se vive un cambio editorial como ha sido pasar de Siruela a Mondadori?

--Tengo una deuda de gratitud con Siruela, porque me acogieron cuando nadie me quería. Ahora bien, cuando Jacobo Fitz-James Stuart vendió la editorial, no le encontré sentido a seguir ahí y les escribí para decirles que me iba y ahora estoy muy contento en Mondadori. No he sido fichado, simplemente me quedé sin editor. He leído en algún diario que cambié por dinero. Me pagaron mucho, sí, pero ya lo recuperarán. No me fui por eso. A mí lo que me importa es la literatura, los libros, la palabra. Lo demás forma parte del olvido.

Entrevista publicada por "El Periódico de Cataluña"

1 enero 2007

Hoy es primero de enero del 2007. Quizá el día en el que más se vomita en mi país (mi continente). Una gran parte de la población se encuentra recluida, infinitamente des-gastada y como levitando en sus hogares. Las ventas de suero alcanzan por estas fechas un repunte increíble. Los habitantes de las ciudades parecen noqueados por la leve sorpresa que causa, de repente, estar vivo.

El sol primero que resucita las formas urbanas y los campos generosos; el sol que viene sorteándose, escalando la noche más larga de todas; según la admirable veracidad que los habitantes del mundo occidental otorgamos al calendario gregoriano[1], es un sol de sed, un sol que vigila, aun, desde su antorcha poderosa, lo irremediable. Un sol que sin embargo baña a sobrios y optimistas. Un sol que emerge desde un insospechado horizonte. Un sol que nos invita a la vida, que nos convida a la vida.
¡Por ese sol hermanitos!

[1] El Papa Gregorio XIII reunió un grupo de expertos que, después de cinco años de estudios, implantó el calendario que actualmente tenemos en vigor en la sociedad occidental, realizando las siguientes reformas al calendario juliano.
1. Se excluyeron diez días, disponiéndose que el 5 de octubre se contase como 15 de octubre.
2. Se corrigió la duración del año solar, estableciéndose en 365 días, 5 horas, 49 minutos y 12 segundos.
3. Se hizo empezar el año el 1 de enero.
4. Los años seculares se convirtieron en bisiestos sólo si resultaban divisibles por 400, de este modo se ganaba la fracción de un día cada cien años, que en 15 siglos había ascendido a 10 días.
El nuevo calendario fue inmediatamente adoptado en todos los países católicos, pero el resto del mundo tardó en aceptarlo, siendo Rusia el último país que lo adoptó en 1918.