Automático.



"Antes de recorrer
mi camino,
yo era mi camino."
Antonio Porcha.

Autopista sin retorno. El paisaje, fuga de antílopes y humo. Montañas que se recargan en el horizonte como viejos perros de pueblo que apenas ladran sostenidos por paredes herrumbrosas. Postes de luz tomados de manos delgadísimas donde los pájaros flotan. Kilómetros de música silenciosa y señales de cortesía.

El zumbido de la vida como una mosca que crece entre el follaje. Zonas de descanso para cuerpos anónimos que se estiran bajo la lluvia apenas. Desbarrancaderos contenedores de automóviles chatarra. De accidentes viejos y miradas abismales. Nubes bajas conducidas por fantasmas.

Polillas suicidas que atraviesan la nada, estampas en un vidrio ahumado por la niebla. El ebrio transcurso de las horas y árboles lejanos que saludan como recuerdo de infancia. Llegar, ¿a dónde? El chofer que soy lleva a su jefe moribundo y vital al mismo tiempo. Un regente que desaparece en el retrovisor y es lo que va quedando. Lejos, de nada lejos.

Blue Panter contra Villano V


Máscara VS Máscara
75 aniversario de la lucha libre

Primera Caída
Blue Panter espera a Villano V, que sale con una máscara amarilla, preciosa. Desde el inicio la batalla es campal. Panter se lleva la mejor parte. De un lugar desconocido Villano V saca fuerzas y golpea, a puño cerrado, el cráneo del maestro lagunero. En un dejo de salvajismo que al público encanta, arranca la tapa del felino y la lanza lo más lejos posible. El pleito que se hace en las gradas por el pedazo de tela roto es un espectáculo aparte. El primer roun, por descalificación, es para Panter, que ha ido a su camerino por otra máscara.

Segunda caída
Villano V no para de golpear a Panter. Las cosas se revierten cuando el maestro lo lanza con unas tijeras hacia fuera del ring para después volar en un tope suicida. Villano se ha roto la crisna y sangra. El vuelo de Panter hizo que se descalabrara con una butaca de la primera fila. Panter regresa al ring. los reglamentarios 20 segundos ya van en 15. Perrito Aguayo, secon de Villano V, lanza al emparrillado el cuerpo ancho del veterano como si fuese un costal de papas. Místico, secon de Panter, no lo puede creer y reclama al referi de la contienda. Evidentemente nockeado, Villano V está a la merced de Panter. Uno desnucadora. La herida que fluye como un pequeño manantial escarlata. Dos desnucadoras. Villano se toma la cabeza que siente en otra parte. Tres desnucadoras. En un arrebato Panter arranca la máscara de Villano V y es descalificado.

Tercera caída
Después de regresar de los vestidores, todavía maltrecho, con una nueva tapa, Villano V está a la disposición del maestro lagunero, que lo lanza hacia fuera del ring para volar una vez más y otra y otra. En las butacas Villano V es un espectador herido que recibe el cuerpo de Panter. Cuatro vuelos y de nuevo el perrito que lanza el bulto en el que se ha convertido el cuerpo del Villano V. Panter entra en alegatos con la autoridad del ring. Villano V recupera, saca las últimas fuerzas y le da tales golpes en el rostro a Panter que se escuchan en toda la Arena México. Sube el cuerpo del felino a una esquina del ring. El primer suplé. La siguiente esquina, segundo suplé. El cuerpo blando de Panter permite un tercer y cuarto suplé. El dramatismo no puede ser mayor. El público está dividido aunque es Panter el favorito a llevarse la victoria. En medio del ring los dos colosos veteranos demuestran su técnica. Llaves y contrallaves que tienen a los testigos en vilo. Panter tiene a Villano en espaldas planas: uno, dos, Villano, en un movimiento que será el de la gloria, revierte la posición y se lleva en un paquete a Panter: uno, dos tres.
Nadie puede creerlo. Incluso hay gente que llora.
Las muestra de respeto entre los dos luchadores es digna de caballeros. Panter se apellida Vásquez, tiene 48 años y dice ser originario de Durango. Un viejo con bolsas en los parpados.
Villano V, como un niño, brinca y besa la máscara que le ha entregado su gran rival, su némesis descubierta.

Pues chale. Adiós al lider de los últimos malditos

Con la muerte del autor de «La broma infinita» se quiebra una de las carreras literarias más audaces de Estados Unidos





«Estamos increiblemente tristes y conmocionados. Según las noticias recibidas, David Foster Wallace se ahorcó en su casa el 12 de septiembre (...) La palabra ha perdido a un gran escritor».

En la página web de David Foster se daba cuenta ayer de la noticia. Uno de los más brillantes escritores malditos de la generación de los noventa en los Estados Unidos había puesto fin a su vida, a los 46 años, en la cima de una fama que en realidad nunca buscó y que le llegó casi de improviso tras la publicación en 1996 de «La broma infinita», una novela inmensa en extensión (más de mil páginas) e inmensa en contenido. Transgresora, mordaz y narrativamente distinta. David Foster Wallace, profesor universitario de técnicas narrativas, se había convertido en una de las voces de la generación norteamericana de cuarentones instalada en el Estado del bienestar y, sin embargo, inoculada con el virus de la soledad y el desasosiego. Y no sólo eso, sino que se había convertido en un faro para la joven generación de escritores en su país.

En alguna ocasión el escritor había prevenido sobre sus impulsos suicidas. Los que le conocían presumían que acabaría quitándose la vida a pesar de que en los últimos años había entrado en una fase vital aparentemente tranquila. Estaba casado, era un profesor muy querido entre sus alumnos de la Universidad californiana de Pomona y escribía con regularidad, aunque sin prodigarse en demasía. En 2005 había publicado «Hablemos de langostas», un formidable ensayo contemporáneo que fue muy comentado.

David Foster Wallace había nacido en el estado de Nueva York en el seno de una familia acomodada. Sus padres eran profesores universitarios (su madre, precisamente de Literatura). Con tan sólo 25 años publicó «La escoba del sistema», un libro precoz que llamó la atención por la fuerza expresiva. Pero el gran éxito fue «La broma infinita», uno de esos libros que se vendieron mucho más que se leyeron, convertido en obra de culto y considerado una de las novelas más decisivas en la década de los noventa.

Líder de una generación con muchos nombres, entre los que destacan dos mujeres de estilo fascinante: A. M. Homes y Lorrie Moore. A la primera se la conoce en España, sobre todo, por la estremecedora «El fin de Alice» y «Cosas que debes saber», y a la segunda por un libro de relatos imprescindible titulado «Pájaros de América». Ambas hablan de mujeres. Otro nombre de la lista de la llamada «Next generation» es el muy galardonado Jonathan Franzen, autor de «The corrections». Una cuarta referencia, la de Richard Powers con «El tiempo de nuestras canciones».

Tomado del diario La nueva España

Hete aquí que ya vienes,
no hay otra alternativa que…

Abigael Bohórquez

I
Arenómada,
casi polvo de tan dispersa,
deslizueña en mi piel
masturvestida de viento y adioses.

II
Lujariosa,
débil demonio sin descanso,
lanza palabrasas
sobre este sordo,
cuerpobrecido ser que invadesdeñas.

III
Enloquesísmica,
profetípica,
acertijuega salivosa
en mi cuello que te llama,
que reclama
tu desastropical tacto
de aurora coronada.

IV
Mujerguida,
altivasta,
que sobervienes con artes
de prostitutriz con disfraz,
de damacróbata fragilástica,
no pongas en entredicho
mi falosado afán de vulvaciarme.

V
Ahuyentómame,
enfermámame,
salvadócil lumbre de plateados dedos;
despiertímame,
asombrázame,
bella bestiamada que sabe
donde sus dedos detonan,
donde labra su labio con limpieza
cicatristes marcas en mi cuerpo;
muerdecídete
y acobárdame la duda
que te miente,
que te mata.

VI
Toscándida,
arcaecida belleza
de muslocos movilentos;
amantórrida,
que dejas luz donde tu lengua pasa,
déjame serte solo,
solo y sin tiniebla;
permíteme volverme
pulposible enamorado,
amantosco,
osculoco explorador de tu axila;
déjame
libidivinizarte
en peludóciles vías
con mi dedo y con mi lengua,
leperávidos viajeros de humedades.

VII
Cuerposesa,
nalgáname un segundo
del tiempo que se agota
y el mar que se avecina,
penestruja la blandura de mi carne,
reincídeme,
repíteme,
acábame.

Ricardo Solís

Colección Jumex



Rauschenberg, Marcel, Gabriel, entre otros apreciables, invitaban a una sala imposible. Nos divirtió, como enanos, el espejo deformatorio y el cañón de sillas viejas. Luego las bicis que encienden lámparas de pared, literalmente.
La recepción que ofrecieron nuestros amigos de los jugos era digna de la alta diplomacia. Mujeres, cuya belleza era relevante, llegaban en helicópteros y autos blindados. Fotógrafos, snobs y una buena dosis de frivolidad importaban poco al momento de echar el bailongo con Toy de Control machete. Los mariscos de botana y el gran banquete, habrá que contar la cantina infinita (gratuita), causaron en Memo, Iván, Óscar y Ana, una alegría poco vista. La utópica y elegante pedantería de la fiesta era consentidora y dejaba que nos emborracháramos, libres y guapachosos.
Aquello parecía la boda de un príncipe pretensioso. Al final, tiene que haberlo, uno podía llevarse costosos arreglos florales y peceras de cristal. Me ilusionó tener los presentes en la pequeña repisa del cuartucho donde duermo. Pero no podíamos, no nosotros, irnos de allí limpios. No podíamos esperar al Valet parking sin bromear, campechanamente, con jóvenes poco susceptibles a la ironía. No podíamos no estrellar los arreglos y las peceras de cristal en la frente de aquellos montoneros e intolerantes niños bien.
Salimos de allí, uno con la mano sangrante, otro con el ojo morado, hacía un Ecatapéc laberíntico cuya autopista al DF resultaba eterna y sin retorno. Como la noche que aun seguía, joven y maltrecha.

La muerte


Genealogía de la muerte
R supo que se convertiría en la muerte cuando vio a su tío, máscara de abismo, lanzarse de la tercera cuerda. Ni su padre, ex luchador (hoy recolector de basura), ni su madre, expendedora de quesadillas, estaban de acuerdo con el hecho de que el pequeño R entrara al mundo hostil de la lucha libre. R comenzó a entrenarse en secreto. En sus tiempos libres máscara de abismo le instruía las técnicas indispensables, pero era rey coloso, un gladiador retirado, el que se dedicaba a mostrar al joven las llaves y contrallaves, el arte de caer y en fin, los secretos del ring.

En su primer año R intercalaba los estudios de secundaria con un entrenamiento arduo por las tardes. Sus padres pensaban que, aparte de ser vago, era ocioso. R llegaba a su casa entrada la noche, cenaba algo y caía fulminado por un sueño denso. Estará metido en drogas, sugirió la abuela un día que R llegó desencajado y débil. Los entrenamientos a los que se sometía eran cada vez más duros.

Cuando R terminó la secundaria confesó a sus padres que llevaba un año preparándose con máscara de abismo y rey coloso. Su intención era dejar los estudios para dedicarse de lleno a la lucha libre. Las primeras reacciones fueron de desaprobación. El padre de R llamó de inmediato a su hermano, a quien concideraba un luchador mediocre de cartel bajo, para que le explicara por qué le había ocultado los propósitos de su hijo.

El padre de R había sido en su juventud un luchador que prometía grandes hazañas. En una mala caída se lastimó la rodilla derecha, misma que nunca sanó. En días nublados el dolor sigue siendo igual de intenso que en las primeras semanas del infortunio acaecido en la arena perdida de un polvoso pueblo del norte. El nombre de batalla del padre de R era la guadaña.

Como no se pueden detener los designios del destino, R continuó, con el apoyo de su familia, adiestrándose para convertirse en la muerte. Convenció a su padre un día de San Juan en el que los dos se emborracharon. Le prometió que llegaría a donde él no pudo. Hubo llanto y canciones tristes. Desde entonces la guadaña sería un entrenador más de la muerte.

Para el segundo año de instrucción R aventajaba a los otros aspirantes, inclusive los que llevaban más tiempo de entrenamiento que él. No había nadie en el coliseo Margarita que dudara de la calidad de R. Todos creían que su talento y persistencia lo llevarían lejos. Con el paso de los días a R se le iban marcando los músculos y ensanchando la espalda. Su cuerpo delgado y atlético podía dar las piruetas más insólitas. Cada que R volaba por sobre las cuerdas la guadaña se tocaba la rodilla derecha.

Para el tercer año de preparación los promotores se fijaban en el estilo único y arriesgado de R. Era tiempo que emergiera la muerte. Junto a rey coloso, máscara de abismo y la guadaña, R confeccionó lo que sería su personalidad luchística. Tardaron dos meses para llegar a la máscara perfecta. Una elegante y misteriosa tapa oscura que tenía estampadas a los lados, en honor a su padre, dos guadañas cruzadas.

Recorrido de la muerte
La primera lucha profesional de la muerte, como era de esperarse, fue de talonero en un cartel donde figuran estrellas consagradas. Rápido llamaron la atención del público, que no llenaba ni la cuarta parte de la arena, los vuelos suicidadas, la agilidad y sobre todo, la persona de aquel joven luchador. Su entrega en el cuadrilátero hizo que hablaran de él durante esa semana los pocos que lo vieron.

La muerte se había convencido que sería inmortal. No podía esperar para llegar de nuevo al emparrillado y darse al público. La siguiente lucha fue al lado de su tío, máscara de abismo, a quien opacó de fea manera con sus lances. El tío sintió, nos sin pena, el cruel desplazamiento al que se estaba enfrentando. Esa noche máscara de abismo comprendió el rol que tenía que asumir en adelante: apoyar a la muerte.

En tres meses la muerte ya compartía cartel con luchadores de primer orden. Ni siquiera la guadaña, máscara de abismo y rey coloso esperaban que sucediera tan rápido la fama de su pupilo. R seguía siendo aquel muchacho sencillo de la colonia obrera que soñaba con volar. Ni las giras, entrevistas y dinero hacían que a la muerte se le subiera la gloria.

La envidia en el mundo de la lucha está siempre a la orden del día. Esta se manifestó en una contienda cuando el gladiador experimentado, barrabás, no podía sino admirar el estilo elegante de la muerte. En la tercera caída barrabás salió con la intención de lastimar a la joven promesa. La fortaleza y velocidad de la muerte se impuso a la veteranía y experiencia de barrabás. Fue un mano a mano que el público celebró al filo de la butaca. De esta lucha saldría la primera y única apuesta de máscara que enfrentaría la muerte.

La fecha de la contienda sería el 5 de noviembre, para lo que aun faltaban dos meses y cuatro peleas de promoción. Los empresarios anunciaban la función, como la estelar, en carteles y comerciales de radio: “Máscara contra máscara. La muerte contra barrabás. La última batalla.” Los boletos se agotaron dos semanas antes del evento. Todos, como era de esperarse, marcaban como favorito a la muerte. En las cuatro luchas promociónales que antecedieron a “la última batalla” la atracción principal era el pique entre barrabás y la muerte. La maestría y elegancia del joven luchador pudo con la del viejo, sin embargo los golpes veteranos de barrabás minaron su físico. Las cuatro funciones resultaron inolvidables para aquel público ávido de sangre y máscaras rotas.

Por aquellos días R se sentía cansado antes de comenzar sus ejercicios cotidianos. No dormía bien por las noches y lo atacaba una ansiedad maliciosa. La ficción saltó a la realidad cuando barrabás visitó a la muerte en sus entrenamientos y le estrelló una silla de lámina en la espalda. Máscara de abismo salió en defensa de la muerte llevándose un fuerte golpe en la cabeza que lo dejó inconciente durante algunos minutos. Va en serio, pensó R.

Llegó el 5 de noviembre. Barrabás estaba seguro que acabaría con la carrera de la muerte al despojarlo de su máscara. El público presente apenas puso atención a las luchas previas. La batalla se antojaba épica. Cuando el anunciador gritó: “lucharán a dos de tres caídas sin límite de tiempo, por el honor y la máscara. En esta esquina, barrabás.” El abucheo generalizado fue tal que aun lo recuerdan los cronistas que estuvieron presentes esa noche. “En esta otra, la muerte.” La arena parecía el epicentro de un temblor. El mundo, la ciudad afuera no importaban. Lo único para aquellos testigos privilegiados era el latido del coliseo y el espectáculo que ofrecían dos hombres encapuchados batiéndose, sin misericordia, en el centro de aquel universo emparrillado.