buba invita a jugar

Reglas



1. Cada jugador (a) comienza con un listado de 8 cosas sobre sí mismo

2. Tienen que escribir en su blog esas ocho cosas, junto con las reglas del juego.

3. Tienen que seleccionar a 8 personas más para invitar a jugar, y anotar sus blogs/nombres.

4. No olvides dejarles un comentario en sus blogs respectivos de que han sido invitadas a participar, refiriendo al post de tu blog: "El Juego".



Rojo:




1) De pequeño tenía un héroe y un fetiche: Air Jordan y mi cobija amarilla de gatito Cheshire


2) me gusta bailar

3) Sólo bailo cuando estoy borracho


4) Tengo pocos amigos

5) Me encanta el ceviche


6) En la cabecera de mi cama está, desde hace tres años, Rayuela, y debajo de mi cama, hace

un año, Detectives salvajes y Crónica del pájaro que da cuerda al mundo


7) Me late patear cosas: botes, piedras, balones (etc.)


8) Nunca he pescado y me gustaría hacerlo un día de fina lluvia a mar abierto



Invito a Franz, Bravo, Gretia, Poncho, Lapeste



http://harveyoswald.blogspot.com/

http://longbeachtransit.blogspot.com/

http://elruidodefondo.blogspot.com/

http://lapesteyyo.blogspot.com/

http://sssinestesia.blogspot.com/

El descenso

El descenso seduce
como sedujo el ascenso.
Nunca la derrota es sólo derrota,
pues el mundo que abre
es siempre un paraje
antes insospechado.

Wiliam Carlos Wiliams

Umbral

Aunque nadie lo quiera en España (lectores)
un poema de Umbral

Amor, un lento pelo, un resignado oro, como unos ojos graves donde el color medita. Esa muchacha que anda perdida entre sus gestos, mirar las dimenciones dolientes de su vida y la esbeltez que tiene cuando busca tabaco. Mirar bosques de música ardiendo por la casa y mirar huecos tristes donde agoniza un jueves. Cómo en un cuerpo claro, de latitudes lentas, puede alumbrar el tiempo con tanta persistencia. ¿por qué cuando amanece entre unos muslos lúcidos la vida nos traspasa como una flor de hierro?

Long time a go

Después del temascal más brutal al que he asistido (fueron 70 piedras y más de cuatro horas) se me acerca un hombre viejo, de la raza Dakota y me extiende la siguiente invitación, parafraseo:

Después de los 140 eres inmortal. Cada siete años rejuveneces dos. Si te fijas, mi apariencia es la de un octogenario, sin embargo tengo 270 años. Haz tus cálculos del tiempo recuperado. Sin embargo es terrible. Cambias de culturas, formas, y lo más doloroso, de personas. Se van muriendo tus hijos, tus amigos, tu familia. Esquivar el tiempo, nunca lo dijeron Los Mayas, es de lo más fatigoso. La apariencia es una repetición. La muerte es la renovación de dicha repetición, el medio tiempo. Los Mayas son los caminantes del tiempo. A mi me enseñó el camino, el circuito atemporal un hombre de 1500 años. Ahora aparenta cincuenta y, según sus cuentas, cuando aparente 35 llegará la gran renovación. Yo te invito a morir sin nacer. Soy Dakota y he sido un curioso por más de 190 años. Un aprendiz constante de los antiguos, que de antiguos no tienen sino el conocimiento. Ellos son el ahora y el mañana. El mundo no está diseñado para nuestros hijos y nietos, como se dice, está diseñado para los antiguos, para los que permanecen y caminan al origen. Sólo los inmortales seremos parte del destiempo que deviene. De la calma y el cansancio que se acerca. Sólo nosotros libraremos la forma y la muerte constante de la que se alimenta el universo. Ven, te invito.

Putazos en el barrio

3:30 AM

Hace unos minutos llegué a casa desde el PB. Mi casa, la de mis padres, está en la esquina de Chile y Belice, en una colonia llamada La Misión. Es extraño ver a una horda de juveniles vagos con piedras en las manos. Pienso: a la madre, me esperan a mí. Pero no, es muy kafkiana mi paranoia y además, qué mancha de cholos querría madrearme. Por lo demás, soy un buen tipo. Algo borracho y loco, pero un buen tipo. Son aproximadamente unos 50 chavales que gritan: váyanse a la vergaaaaaaaaaaa, putos hijos de su repinche madre. Lo repito porque creo que es importante que sientan el momento tal y como yo lo sentí. Pues bien, los morros, entre cholos y adolescentes punk rock, lanzan piedras a la otra cuadra, donde, por más que lo intento, no alcanzo a ver a nada ni nadie. En los intervalos que lanzan las rocas, hay niñas adolescentes que gritan: Adolfo, Juan, Pelón, ya no sean pancheros. Las pequeñas mujeres, vestidas a la moda regetón, lloran porque la fiesta se ha estropeado. Los ánimos están caldeados. Yo temo por el vidrio de mi carro. Temo por mi cabeza que no se abre desde los 13. Los pequeños malandrines siguen con su verborrea de mal gusto lanzando piedras a una cuadra inhóspita. Nadie responde las agresiones. Se escuchan alarmas de autos que han sido alcanzados por las terribles rocas. Temo de nuevo por los vidrios de mi carro y por mi seguridad personal. Se escuchan los desmanes provocados por las rocas al estrellarse en ventanas, banquetas y carros. Parece una zona de guerra. Aquello es Kosovo, Irak, pero sin gringos intervencionistas. Mi padre insiste que me meta, que es naco que yo observe a la caterva de cholos peleándose con el vacío o la noche. Mi padre no entiende que me interesa observar al enemigo. Estoy lleno de curiosidad por ver quiénes son el motivo de tanto desmadre. —Jotos, nos la pelan, valen verga, chinguen a su madre—. Piedras quebrando vidrios de autos estacionados de vecinos que dormitan. Niñas llorando, adolescentes haciendo un griterío que comienza a exasperarme. Pregunto al más gritón de la bola: —¿cuál es el pedo loco?—, —pues nada socio, que aquellos putos vinieron a cagar la fiesta. —¿cuál fiesta, qué putos? — La fiesta de la Lucía, aquellos jotos la cagaron. Volteo. Una piedra golpea mi carro. Los 50 morros lanzan, rabiando, pestes y piedras, atinan en el vacío de la noche. El enemigo es la ausencia.

Flanco

Es tonto sentir nostalgia. Bueno, la he sentido y por lo menos puedo decir que es absurdo sentir como ponchada la vida debido a insoportables ausencias. En este caso la ausencia es un clavo, un vidrio que te poncha. Es inevitable sentirse ridículo cuando una canción de Lila Downs te pone como loco, frenético y con ganas de beber un trago con esa espina, con ese vidrio o clavo que te poncha la vida. Por lo demás, nadie se poncha, nadie es un neumático o un balón. Nadie es como el aparato con el que los vendedores de cóctel llaman a sus comensales. Nadie es un frefru frefru. Todo te lo estás imaginando. Eres un ser saudadoso y torpe que necesita estímulos. Eres uno de esos personajes de novela negra que siempre están buscando testigos que lo completen. Eres la nostalgia y nada ni nadie es un clavo o vidrio, entiéndelo ya.

Es tonto no sentir nostalgia. Es absurdo lamentar ausencias monetarias. Es absurdo desear un departamento amueblado, una lap top. Después te sientas en el mejor sillón del deseo ausente, te quitas la cartera y pones a Lila Downs, a Lila Felipe, o la canción nerness of you de Ella Fitzgerald y Luis Armstrong. Destapas un vino de Tarragona o ya de perdida uno chileno. Destapas whisky o una cerveza. Bebes y algo falta en el deseo ausente. Siempre.

Nada falta. Todo es una ilusión, no lo has entendido. Un juego de locos.

El deseo siempre está, nunca falta. Pero el objeto del deseo es siempre una carnada, un imposible que de repente aparece y termina por escabullirse. El objeto del deseo, o aquello que provoca nostalgia, es siempre un escurridizo salmón que escala ríos. Un salmón que hace de todo por no quedar estancado en la magnitud insoportable del mar apacible, el mar personal, el mar desconocido.

Todos somos peces que se escabullen. Nadie se salva de ser, en determinado momento, el deseo de alguien o algo. Tu mismo, a lo mejor alguien nostalgea contigo mientras me platicas, abatido, lo mucho que extrañas.

No es tonto extrañar. Es natural. Hasta los perros extrañan a sus compañeros y amos. Hasta los asesinos y juristas, hasta los intelectuales y conductores de colectivos.

Yo no, yo no extraño.

¿Y te sientes bien, es decir, eres feliz y eso?

No se trata de ser feliz y eso, se trata de otra cosa, de no estropear los momentos que tenemos de soledad contemplando un imposible. Vale más salir a la calle y buscar posibles. Peces que sí piquen.

Ya nos serían momentos en soledad. Además somos distintos. Yo disfruto pensando en imposibles. Deseando siempre mi astilla, mi clavo, mi vidrio que me ponche.

Pero existen parches.

Lo que yo quiero es estar ponchado. Así. No hay lamento ni nada. Hay unas ganas de cierto imposible, de cierto vidrio o clavo y de cierto parche.

Entonces, no pasa nada.

Sí, sucede que estoy saudadoso y con ganas de cierto vidrio.

Bueno, me voy. Pero me harás falta cuando destape el vino chileno.

Quiebra la botella y seguro llego.

Antonio Escarla

(Patiche amargo)

3

la carne es triste,
los libros que he leído.
¡Huir, huir!
Ahogarse entre las palabras
más impuras de la tribu.

Angel Crespo ( Con Baudelaire, Verlaine y Mallarmé)

Las últimas horas

A Pio Daniel
no mas porque se lo devo

D recién llegaba de Guaymas. El viaje ácido (Hoffman) se convirtió en una especie de fábula de la que se desprendió una especie de moraleja: D necesitaba una tregua con el delirio. La palabra disciplina le repiqueteaba las ideas. Hacer ejercicio, leer más y escribir la novela, que se le había escapando durante tres años, parecían los objetivos que regirían su existencia más próxima.
Un seis de TKT.
C y B que venían a fumar, por última vez, con D.
Hablaban sobre las últimas horas y las cantidades de cerveza y cocaína que habían consumido. Hablaban del Sub: lo mesiánico, rock star y poco profundo que les pareció. B traía preparado el misil. Fumaron. D creyó ver en la sombra que reflejaba el medidor de luz, en la esquina frente a su casa, un rostro que lloraba lágrimas negras bajo el faro titilante de la calle 13.
C también afirmaba distinguir el triste perfil lloroso en el reflejo oculto de aquella iluminación intranscendente. Por más que lo intentó, B no advirtió ninguna fisonomía doliente en aquella pared inhóspita.
Se reían. D comprendió que todo lo regía el destiempo. Su personalidad ansiosa, su persecución inverosímil del amor, sus noches toxicómanas de ir y venir sin rumbo por las infinitas calles del DF, todo a destiempo.
La luna bordeaba los cerros formando un índigo lechoso en el horizonte. Notaron el cielo de monte que es todavía el cielo que cubre la ciudad de Hermosillo. Un puñado de estrellas incrustadas en la noche como diamantes de silicón sobre bisutería barata.
El aire fresco se sentía como cargado por un orden distinto. Las rondas de adictos al foco paseando su desasosiego en bicicletas oscuras. Las siluetas de gatos atravesando las calles a lo lejos.
D pensó en la negativa de S por invitar a las últimas horas a MM, un escritor que con frecuencia aparece en las listas de Estocolmo nominado al Nobel. B No se explicaba por qué sí se había invitado a una horda de alcohólicos sin talento, una horda de la que D, B y C se sentían parte, no se había invitado a MM.
D saldría a las 4:00 AM rumbo al DF. No quería dormir hasta llegar al incomodo asiento de aerolitoral.
B pensó en lo ingenuo que le pareció D en sus lecturas de las últimas horas.
C recordó el frío que sintió sentado en la misma banqueta pero hacía ya dos años, cuando celebraban el cumpleaños de O.
D contemplaba el cielo limpio, de monte, que conserva la ciudad de Hermosillo.
Tampoco se invitó a las últimas horas a L. Un narrador brillante, quizá el mejor de estas tierras. No se invitó a DS, ni a HY, es decir, faltaron un montón de adictos con talento.
Les parecía que la calidad de los lectores de las últimas horas había disminuido respecto a otros años.
B hablaba de lo mucho que lo sorprendió una charla que sostuvo con el poeta de obregón JM. La sorpresa en B consistía en las lecturas que tenía el poeta Yaqui. Llegaron hasta Mallaremé traducido por Gamoneda y su hija. B imaginaba que el poeta Yaqui no salía de Paz, Sabines, Villaurutia y Baudeliare, claros referentes en su obra. Pero no. Además tenía buen gusto en narrativa: era adicto a la obra de Ibargûengoitia y Artl, como B.
No sorprendió a C que la mayoría de los asistentes a las últimas horas no supieran nada de Piglia, Amis, Vila-Matas, Fresán, pero se le hizo inconcebible que confundieran a Chespirito con Roberto Bolaño. D se quedó callado, él tampoco conocía la obra de ninguno de los nombrados por C, quien le pareció en ese instante un pedante sin remedio.
El seis de TKT había desaparecido. Quedaban latas vacías bajo un pequeño mesquite que seguramente levantarían recolectores nocturnos.
Era mentira que D no dormiría hasta llegar al incomodo asiento de aerolitoral. Lo que no era mentira era que extrañaría ver en el cielo quemado y pulposo del DF, el cielo limpio, de monte, que cubre la ciudad de Hermosillo.

El Monstruario del Balles se cuela en el Laberinto del Milenio

La nota:

La editorial sonorense altanoche nos presenta MonsTruario, un libro de cuentos básicamente cortos y divididos en tres secciones: Amarillo, Ocupaciones secretas y Monstruario.
Cada una identificada —más allá de los recursos y escenarios que el autor propone en cada narración— por la originalidad con la que los personajes están tratados.
En Amarillo encontramos personajes adictos a la contemplación y la disertación.
“La inclinación perturbadora del autor hacia los personajes tan extraños como él”, explica en un cuento-prólogo Franco Félix.
En la segunda parte hay menos desolación, aunque no se pierde el vacío de la acción humana, a diferencia de Monstruario, donde las apariencias son más terribles, temibles y los personajes, en general, viven con un destino determinado. Una combinación interesante.

http://www.milenio.com/suplementos/laberinto/

Latrodectus mactans

Había ocurrido uno de esos sueños en los que desciendes por túneles que se van embrollando por interminables vacíos. Un sueño que me vertía en un vaso negro y sin fondo. Un sueño en el que ella me hablaba desde un lenguaje ciego. Invitándome a caer, como siempre.

Ayer hablaste dormido Roberto. Dijiste: Tas loca viuda negra.
Neta, ayer soñé contigo. No lo entiendo.

Salí a la calle después de haber desayunado un huevo catóta; así le decía ella a los huevos con yema o tibios.
No teníamos pasta de dientes así que imaginan lo poco susceptible en su aliento. Noté que el vejete del abarrotes le hablaba de lejitos. Una pasta de dientes, le dijo. Sonrió apenas. Pinche cabrón, pensé.

Delante de mí mismo, cepillándome las muelas y asomándome a la profundidad astillada en mis iris, empecé a maquilar la idea de aquel sueño en descenso.

Fin de las horas (por fin)

Por la noche
Putos que quieren coger con huevudos sudorosos, niñas que te miran de lejos y una Chata que baila como los antiguos con rolitas de los fabulosos, la de one step beyond, los specials y la noche temprana que se cansa.

En el día
Malos, pésimos lectores de poesía y cuento. De repente Teresa Day y una narración bellísima y tristísima: Summertime me estruja. Los jóvenes no me sorprendieron tanto, si acaso agradezco haber escuchado a Sergio Tellez-Pon con sus poemas turísticos, Óscar David López y sus fatigosos cuentos. Luís Aguilar, ya un clásico en horas de junio. Los que por lo general no defraudan: Paco Luna, Franco Félix, José Juan Cantúa y sus pirotécnicos e imaginativos poemas, Carlos Sánchez y su estilo poético-directo-culero. Bestias del desierto sonorense que para mi, digan lo que digan, son grandes autores. De Don Ernesto Cardenal mejor ni les digo nada: un señor que solo sabe decir: gracias….no hay palabras. Eso sí, cuando leyó sus poemas, siempre llenos de esperanza, le puse atención. Siempre pongo atención a las utopías. El bueno del Sub comandante Marcos, todo un Rock Star, leyó un extraño cuento de magos y sombras. La sala de la sociedad sonorense de historia abarrotada. Saludé al rebelde y su mano se me hizo una de las manos más tersas que he sentido, un hombre que seguramente acaricia muchas espaldas de europeas y que para nada labra el campo. El Sub y sus buenas imágenes y su mano débil y tersa, aguada, daliniana, me recordó el precio de la fama. Las dos estrellas de horas de Junio: Marcos y Ernesto Cardenal, me parecieron helénicos, como tocados por una fuerza mística que los eleva por sobre la muchedumbre. En otras palabras me cayeron mal.

Otro día sin noche y de mar
Ya en una playa perdida de San Carlos: Buba Alarcón, con poemas fuertes y honestos, me dejó bien nutridito. Imanol Caneyada y su talento para narrar, una cubana, de la que no recuerdo el nombre, que bailó sabroso. Elmer Tabanico que cantó, de manera hermosa (otro clásico en horas de junio), un Ave María que me bendijo más que las aparentes oraciones que dio Ernesto Cardenal. Unas horas, en las que por lo general me aburrí bárbaro y de las que de repente saltaban cosas chilas. Que bueno que ya se acabaron. A regresar a mis ocupaciones secretas.