Sueño


Soñé que Bolaño patinaba en la explanada del MACBA en El barrio del Rabal en Barcelona mientras ofrecía chocolate marroquí a jóvenes skates que admiraban las suertes del escritor chileno. En el sueño Bolaño tendría 17 y era aquel greñudo comandante de los infras. También apareció, en otro plano del sueño, aunque en la misma explanada del museo de arte contemporáneo de Barcelona, un Octavio Paz regetonero que se batía a putazos con el hip-hopero Mario Santiago Papasquiaro. El poeta daba cuenta del poeta.

En el sueño Roberto me quería regalar un poco de hachís con la condición de que le partiéramos la madre a Darío Jaramillo, Guillermo Fadanelli, García Márquez, Pérez Reverte y a la puta asesina (así me dijo) de Isabel Allende. Nos harían una esquina Enrique Vila-Matas y un regordete Jorge Herralde. Le dije que cuatro contra cinco estaba bien pero que no contara conmigo para pegarle a Chabelita. Vila-Matas, un punk a la usanza de los Sex Pistols, agarró a Jaramillo a patadas. A mí me tocó el octogenario Márquez y Bolaño dio cuenta, con la cola de su patineta, en las jetasd de Fadanelli y Pérez Reverte. Herralde fue aruñado por Chabeliata y juntos se fueron a llorar a otro sueño.


El MACBA de Barcelona se convirtió en la pequeña plaza del centro de Caborca, Sonora. Entre el punk Vila-Matas, el skate Bolaño y yo, chingamos a los escritores que para entonces, se habían convertido en mutilados viejos que descansaban, apacibles, en la pequeña plaza en el centro de Caborca.

Bolaño informaba a Vila-Matas sobre la calidad del hachís marroquí y observando la lontananza polvorienta desde la banca de la pequeña plaza perdida en medio del desierto de Altar, rebelaba el motivo principal por el que vendía la droga africana: Bolaño tiene que alimentar a un pequeño e indefenso Jorge Perec.
Vila-Matas comenzó a escalar la catedral de Caborca y cuando hubo llegado al campanario se lanzó sin miramientos. Por fin, comentó Bolaño ofreciéndome una infusión de manzanilla.

Vendedor de memorias

That I almost believe that the pictures are all I can feel
The cure


Estoy agotado. He decidido descansar en un agradable parque sin nombre ubicado detrás del Camp Nou. Quizá sacaré algunas fotos. Mi cometido principal para este día ha fracasado.

Tomé el tranvía rumbo a la Universidad de Barcelona; cerca del Alma Mother catalana está el mítico estadio de los baugrana. Estaba segurísimo de que compraría un boleto para el partido Barca vs El Deportivo La Coruña. Alguien me había dicho que el precio más accesible para los encuentros poco glamorosos de los colchoneros, oscila entre los 17 y los 20 euros, unos 300 pesos. Por supuesto, ese precio es para la zona más elevada y remota del gigantesco recinto.
Recorrí primero la tienda oficial del equipo comprobando que todo estaba imposible, carísimo (para un mexicano sin papeles y sin trabajo). Me interesó el jersey de Márquez y el de Messi (más que imposible); luego los balones y gorritos del equipo: quiméricos. Con lo que valía el menos caro de los productos nike yo había llenado el refrigerador esa misma mañana y todavía me alcanzó para un vino tinto de Tarragona y dos chelas Xibeca. Me dirigí a la taquilla, decidido a desprenderme de 20 pavos que me permitirían observar desde las ínfimas alturas del Camp Nou a Ronaldhino, Eto´o y Messi, (hormigas musculosas) corretear un balón imperceptible.
El precio más bajo para el partido, que anunciaban como un “el nuevo clásico”, patrañas, era la improbable suma de 30 euros, casi 500 pesos. Con menos de la fatídica cantidad había comprado lo que les conté arriba. Elegí tomarme el vino de Tarragona y las dos xibecas en el piso y desde allí ver el juego por La sexta (televisora local).

Estoy agotado. He decidido descansar en un agradable parque sin nombre ubicado detrás del Camp Nou. Quizá sacaré algunas fotos. Mi cometido principal para este día ha fracasado.
.
El parque sin nombre se divide por las edades de sus visitantes y las especies distintas de aves que lo animan. Hay una cancha de fut rápido en la que nadie juega excepto perros. Una cancha que está del lado donde las bancas sostienen cansados cuerpos. Es el lado del parque donde viejos recargan sus células todavía vivas o dormitan descaradamente (yo aprovecho para sacar alguna foto de este lado del parque) Hay los viejos que vienen acompañados por su perro al que miran correr por la canchita de fut rápido y que sólo se levantan para recoger la mierda que dejó su compañero justo en la señalización del tiro penal. Los viejos disfrutan ver a sus respectivos perros saltar y rascarse como si se tratara de la imposible extensión de ellos mismos que han recobrado elasticidad y fuerza desde el cuerpo de su can. Pero el verdadero drama en el parque son los viejos que clavan su mirada en la arena. Pareciera que se les abre una pantalla donde proyectan recuerdos o arrepentimientos. De este lado, el de los viejos, también están los convenencieros pichones que reciben, consentidos, las migas que les lanza algún octogenario ¿En qué maldita plaza no hay esas marmotas voladoras?
Del otro lado del parque están los jóvenes recién salidos de la adolescencia; de la que parecen descansar bebiendo cerveza Estrella Damm y fumando. El sonido que hace su escandalosa risa se mezcla con el de una manada de pericos o cotorros que construyen nidos en lo alto de datileras y que son igual de escandalosos que los jóvenes recién salidos de la adolescencia. Para mí fue una sorpresa ver la nube verde de loros sobrevolando el parque ya que siempre pensé que dichas aves eran exclusivamente americanas.
Uno de los jóvenes, el más pequeño, al atravesar por su lado del parque una mujer de aproximadamente 27 (bastante guapa), grita con tono andaluz la siguiente frase:

“ea, maja, que yo no quiero hacerte daño
lo que yo quiero es follarte todo el año”

Los jóvenes bebedores se carcajean y la mujer, más o menos apenada, les hace la famosa seña con el dedo más largo de su mano derecha. Sigue cruzando la zona de los mozalbetes hasta llegar donde los viejos miran a sus perros corretear como la imposible extensión de ellos mismos o proyectan su vida en la arena del parque. Su trayecto hace que algunos pichones echen al vuelo y el viento hace flotar una bufanda largísima y verde que trae enredada en el cuello (saco una foto). La mujer se sienta en una banca cerca de la mía, saca su móvil y después de marcar habla con tono molesto.

Las fotos que he sacado son malísimas: los pericos están en lo más alto de las datileras y el zoom no alcanza o los saca borrosos. La mejor ha sido la de un viejo dormitando o mirando la proyección de su existencia en la arena. Hay cierto dramatismo en esa foto, creo.
La mujer a la que los mozalbetes le lanzaron el piropo de mal gusto comienza a exaltarse con su interlocutor y se le ve ridícula gritando al aparato. Parece que en cualquier momento soltará en llanto.

Un hombre llega a mi banca y me ofrece una ganga, según dice. El tipo lleva una capa negra que le da pinta de poeta decimonónico. Me intereso un poco.

- ¿De qué se trata?
- De algo maravilloso, te ofrezco la memoria de la tarde en que Shakespeare escribió el segundo acto de Hamlet.
- He leído el relato La memoria de Shakespeare de Borges, gracias a la cita que hace un escritor catalán en su novela El mal de Montano.

El hombre con pinta de poeta decimonónico se levanta echando pestes y se dirige a la mujer que ya había terminado de gritar por el móvil y que ahora solloza como esperando algo; por supuesto, no a un tipo con pinta de poeta decimonónico. Apenas llega el vendedor de la memoria de Shakespeare a ofrecer su maravilloso producto a la mujer histérica, ella le grita: lárgateeeee!
El hombre decide probar suerte del otro lado del parque.

Llega con los jóvenes que beben Estrella Damm y a uno de ellos le intenta vender la particular memoria del poeta inglés. Los jóvenes le prestan atención con ese calor de compañerismo que otorga la cerveza o la borrachera. Vuelven a soltar una de sus ya características carcajadas; esta vez hasta los pericos o cotorros en lo alto de las datileras quedan silenciados por los altos decibeles que alcanzan los jóvenes con sus torpes carcajeos; alguna que otra paloma sale espantada por la delirante burla de los chavales ebrios que dan una lata de cerveza al poeta decimonónico. Uno de ellos, como para ver qué pasa, da al poeta algún euro y éste saca de su capa un puño de nada y se la da al joven ebrio. Los jóvenes bañan al hombre con cerveza Estrella Damm. El mozalbete timado pide de regreso su dinero mientras el poeta decimonónico explica, retirándose, que tardará un rato en llegar la memoria de Skakespeare. Los jóvenes alcanzan al fantástico vendedor y comienzan a darle de patadas hasta que se safa milagrosamente y atraviesa la calle donde el gigantesco Camp Nou tapa los últimos rayos de un sol que empieza a declinar.

Algunos viejos que advirtieron la pataliza que le dieron al vendedor de la memoria de Shakespeare (o tal vez debido a la luz cortada por el Camp Nou, o el viento helado que comienza a soplar, o las tres cosas juntas) comienzan a irse del parque como barcos pesados mientras yo tomo, a contraluz, algunos aspectos de su retirada.

Alguien a llegado con la chica que discutía por celular; seguramente el misterioso interlocutor que la hacía arrebatarse de coraje. Ella reclama algo al hombre con pinta de brasileño. El brasileño me mira avergonzado y nota que le saco fotos a su histérica acompañante. El brasileño jala con fuerza del brazo de la mujer hasta levantarla de la banca y conducirla a un auto supercompacto. Discuten unos momentos dentro del pequeño carro hasta que se escucha, con una potencia insospechada, el motor que se pone en marcha.

Ya casi no quedan viejos en el parque y cada vez llegan más jóvenes recién salidos de la adolescencia. Algunos de ellos me miran de manera hostil desde su lado del parque. Les saco algunas fotos y desde el pequeño lente de mi cámara alcanzo a ver como uno de ellos, creo, el timado por el hombre de capa con pinta de poeta decimonónico, comienza a convulsionarse.

31 de marzo 07

Otra vez la lluvia

se abre mi cuerpo­­
salen animales
calladamente olfatean la noche

-tadeusz rózewicz

alguien exprime la noche todo el día

lo hace a distintos ritmos

los azulejos absorben el vapor del agua
amaestrada en tuberías y cilindros
municipales

alguien se ducha cautelosamente
y algún vagabundo muere
intoxicado de pulmón

el argón silenciado acribilla tejas

los gatos guarecen apagando sus ojos de salto

una legua oscura surfea en las banquetas

el llamamiento que toca la ventana es inútil

minerales oscuros vibran el vacío
lo dejan abandonado como a un cráneo sin rostro
como a un animal desangrándose infinitamente

los ritmos de la caída aprietan

cuerpos diluidos por la navaja del poniente

este es el jazz perfecto para que baile la tristeza
o para que floten los venerables penetrados

un jazz para que en las casas huela a pelvis
o chocolate caliente

así de bipolares las 72 horas exprimiéndose
que lleva esta ciudad sin batman

hay una bocina poderosa que degüella el agua
o la acumula
una bocina que sube o baja de volumen
y a la que no le importan los vecinos

“llueve a cantaros” dice el poeta

llueven agujeradas cubetas
digo yo

llueve en un mundo que ya es otro