La Casa Gregorio: cultura al filo de la navaja



Imanol Caneyada



No hay un letrero luminoso en la entrada. Tampoco una lona o un pedazo de cartón que indique que la Casa Gregorio es la Casa Gregorio. De hecho, a ciertas horas y bajo cierta luz, parece un edificio abandonado de los tantos que hay en el centro de Hermosillo.

No hay una recepción con una recepcionista de sonrisa elástica en la Casa Gregorio, aunque a veces uno puede encontrarse con los ojos de bienvenida de la pintora Venecia López, quien hace poco expuso ahí sus "Historias mínimas", una serie de pequeños retratos de escritores o con motivos literarios.

No hay un director de la Casa Gregorio en la Casa Gregorio. Pero Iván Ballesteros, escritor y editor, se las arregla para fungir como tal cuando su cargo de anfitrión un poco cínico, un mucho cálido, le deja tiempo.

No hay coordinadores de tal o cual cosa, subs o vicealgos. Tal vez ni siquiera existe conciencia plena de que la Casa Gregorio se está convirtiendo en uno de los centros culturales más activos y trascendentes de la ciudad.

Probablemente, si se le comenta esto al propio Ballesteros o al Billy o a Mariano o a Christian o a Franco, suelten la carcajada y sigan hablando de futbol.

Porque la Casa Gregorio no es una cuestión de pose ni el pretexto para bajarle una lana a las instituciones, las cuales, por cierto, prefieren evitar.

Pero en la Casa Gregorio comenzó a editarse la revista Shandy, uno de los proyectos literarios más edificantes de los últimos años en Sonora.

Y en ese edificio con una cierta vocación gótica acaba de iniciar sus labores la Editorial Tres Perros, con la publicación del cuentario de Alfonso López La noche estaba afuera.

Y se presentó no hace mucho la tercera edición de Poesida, de Abigael Bohórquez; y una colección de plaquettes de la Unison.

Y ha habido exposiciones y conferencias, y un sinfín de proyectos por concretar que saldrán adelante por aquello de que más vale tener amigos que dinero.
No, no hay glamur en la Casa Gregorio; había muchas cucarachas cuando llegaron a ocupar el edificio, de ahí el nombre (Samsa revivido).

Ya no quedan, me consta.

Tampoco hay voces engoladas en la Casa Gregorio, pero sí mucho talento y una forma de entender el arte que pasa por la pasión, el compromiso, caminar al filo de la navaja, jugarse el tipo cada día, no otorgar concesiones, amarrarse un huevo y seguir adelante. También me consta.

¿Que dónde está? En la mera esquina de No Reelección y Garmendia, en el Centro. La reconocerán en cuanto la vean.