Adiós Salinger, bienvenido Salinger


Ayer fue uno de los días más esperados por agencias literarias de prestigio (o por lo menos, por las agencias que más títulos y marketing manejan entorno a escritores). Y es que se sabe que Jerome David Salinger, autor de El guardián entre el centeno (1951), novela que ha marcado a miles de jóvenes de todo el mundo, dejó mucho material inédito tras su muerte.
A quien esto escribe, la figura de Salinger, radical y misteriosa, le deja una sensación de saudade. No sé si alegrarme porque la rapiña editorial no tardará en publicar la obra póstuma de tan enigmático personaje, o entristecerme porque ha dejado de existir el último héroe de la negación; el genio que rehuía, desde hace 50 años, a los reflectores que ha tantos fascinan. Que tantos buscan con desesperación.
La última entrevista concedida por Salinger en 1974 al New York Times, por vía telefónica, alimentó más su leyenda. El autor de "Un día perfecto para el pez banana" dejaría clara su postura sobre el acto de escribir: "Hay una paz maravillosa en no publicar. Es pacífico. Tranquilo. Publicar es una terrible invasión de mi vida privada. Me gusta escribir. Amo escribir. Pero escribo sólo para mí mismo y para mi propio placer”.
Ese placer en solitario que ejerció Salinger durante cincuenta años, seguramente saldrá a la venta pronto. Leer los libros que publicó en vida J.D., siempre me ha resultado, más que un placer, un acontecimiento inagotable. Después de la tristeza natural que manifestamos los vivos cuando alguien muere (y más cuando se trata de alguien admirado, cuyas páginas han sabido ser más compañeras que las mismas personas), llega la calma. Y llega también la impaciencia por leer lo que nos ha dejado Salinger como testamento. Espero sea una burla, una burla infinita, como la que intentaría su hijo literario, David Foster Wallace.
Adiós Salinger, bienvenido Salinger.

"Cualquier afán/ por elevarnos/ sobre la vulgaridad/ tiene un límite en la vida".
-Walser