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(Conversaciones con Bernardo)
-Las vidas humanas transcurren con la misma íntima inconsistencia que las vidas de los animales. Las mismas leyes profundas, que desde fuera rigen los instintos de los animales, rigen también, desde fuera, la inteligencia del hombre, que parece no ser otra cosa más que un instinto en formación.
Algo así dijo Bernardo. Él habrá leído en los griegos que todo procede de la sinrazón, menos los números. Sin embargo hay conceptos de esa sinrazón que Bernardo y los griegos refieren, en los cuales la numeralia juega un papel determinante. Uno de esos conceptos es el tiempo. La existencia sujeta a un principio y un fin. Algunos dicen que el único tiempo posible es el que transcurre en el presente. Otros responden que la soberbia y la ansiedad de esa afirmación deja de lado las otras posibilidades de la persistencia: el pasado y el futuro. El pasado como lo perfecto y el futuro como la duda que alimenta el Ser. Habría que añadir la temporalidad que nos heredó el siglo pasado, a la cual, para no entrar en complicaciones, llamaré simultaneidad.
Parafraseando a mi amigo Bernardo, siento que en la vida transitoria no soy nada. Disfruto la visión de pasado, presente y futuro, como disfruto un verano en la playa. No necesito cumplir requisitos vitales para intuir que mi presencia en este mundo es una acumulación de experiencias manejadas por el ego en turno, es decir, el ánimo. El dibujo de mi personalidad tiene que ver con esa acumulación de intuiciones. En el caso de mi persona, no me da pena admitirlo, un sentimiento de orfandad ha minado cada aspecto de mi naturaleza. Para bien y para mal. Mi lirismo y negatividad. Mi torpeza y destreza.
En la vida transitoria no soy nada. No existe vacuna contra la muerte y cualquier acto, por más noble, artístico, cruel, humano, importa nada y será olvidado sin remedio. Parafraseando a Rousseau: El hombre es un animal enfermo. Dentro de esa enfermedad también tenía, para mi gusto, razón Carlyle: El hombre es un animal que usa herramientas. Una de ellas el tiempo. Una herramienta que sirve para medir la resistencia que los cuerpos mantienen ante la descomposición inevitable.
Dejo de utilizar esa herramienta cada que cumplo años. Acto que hago casi por reflejo. Soy testigo entonces de la masa que me contiene y noto, sin mucha rompedera de cabeza, la transformación que se ha consumando en ella. La transformación que cada día avanza hacia el abismo. En el presente soy una mancha borrosa y el futuro me importa poco. Quizá lo necesario.
El futuro es la muerte y la lógica, me dice Bernardo. Le respondo que por hoy mi mancha borrosa siente ansiedad y sed. Siente que algo parecido a la celebración es lo más probable. Bernardo no me puede acompañar y mejor así. Mi mancha borrosa saldrá a buscar pájaros de wirolamo.

Agua


Sería estupendo que el lector de este relato leyera viajando en un asiento de camión (Del lado de la ventanilla). Es necesario que el autobús atraviese un puente. El cuento inicia cuando el lector deja de serlo, es decir, para de leer. Ahora es el personaje. El personaje descansa la vista en el agua de un pequeño riachuelo que corre, manso, por un lado de la carretera. Le llama la atención el movimiento, que percibe insólito, del agua entre las rocas, rocas que de pronto se le figuran esculturas del rostro de su padre. Lo mejor sería que justo cuando el autobús termine de cruzar el puente el personaje pida la parada. Ya en tierra deberá ajustarse bien la bufanda porque un viento helado se arremolinará sobre él tumbándole la gorra. El cuento continúa cuando el personaje, en cuclillas, recoge la gorra mirando, desde un ángulo gracioso, el riachuelo y las piedras. Cree escuchar entonces que el agua turbia le habla. Le dice, entre otras cosas, “Ben”. El personaje, supongamos, se llama Ben, y cree que algo sobrenatural, una especie de iniciación, ha llegado a tocar su existencia.
-Continúa