Fiesta de mareo


La combinación: cerveza, estruendo, gente que se multiplica como un caldo turbio, siempre cayó mal a Ramiro. La parafernalia de heces enormes, bebidas locas y bailongos populachos resultan un coctel atroz que termina por revolverle el estómago. De pequeño subía a viejos juegos mecánicos imaginando que se trataban de naves intergalácticas que lo mareaban durante semanas. Los juegos de hoy, más sofisticados, deben resultar menos vomitivos, pensaba Ramiro. Serían siete las veces que Ramiro, acompañado de sus padres, amigos o vecinos (nunca con alguna novia), había asistido a lo que él ahora consideraba un láxate colectivo, una pachanga para sombrerudos cocainómanos, un festín de pleitos y anonimato.
El hijo de Ramiro, Arturito, había pedido a su padre que lo llevara a la Expo Ganadera con motivo de celebrar su cumpleaños número ocho. Cuando el niño le pedía con tanto fervor su deseo Ramiro repasó anécdotas de antiguas ediciones del festejo. Una de ellas la de el hombre que mató, de un sólo golpe, a otro que de entre la muchedumbre apretó las partes nobles de su novia (senos). Pensó en las historias que se maquilan regularmente entorno a la Expo: adolecentes violadas en medio del gentío o en rincones lóbregos del rededor. Niños (as) que jamás bajaron del barco vikingo o que desaparecieron entre la costra de polvo que levantan los bailadores. Autos desvalijados en estacionamientos dudosos.
Para muchos resulta divertido observar la mirada perdida de las vacas. El contoneo coqueto de su colita. No para Ramiro.
Esta noche estarán Los tigres del norte, le refiere Panchita, su esposa. A mi qué me importan los tigres, dice para sus adentros Ramiro y se le viene la imagen de un baldío enorme donde modelos patrocinadas por cervecerías lucen minifaldas pequeñísimas, anfitrionas perfectas del simulado paraíso norteño.
Un palenque lleno de narcos. Pésimas obras de teatro, artistas veteranos, estiércol, malandros que se estrellan con saña en tu hombro, la mujer tarántula, el tiro al blanco, churros.
Son aproximadamente dos mil pesos entre cena, bebidas, chucherías y taxi, calcula Ramiro. Pero es el cumpleaños del nene. Qué importan los mareos y el dinero de un mes de trabajo. El nene sale bien en la escuela y es obediente como pocos. El nene se lo merece. Además, resulta más caro organizar una fiesta: la piñata, el pastel, los dulces. Eso sí, nada de tigres o polo polo o chenchito el muñeco. Ramiro se niega a entrar al palenque argumentando que es muy caro. Panchita, fanática de Los tigres del norte, asiente.
Resulta sorprendente para Ramiro la luminosidad de los juegos mecánicos. Parecen naves intergalácticas, especula. Sube con su hijo al cohete, al remolino, a las sillas voladoras. Se estrella de bruces con un cholo, bebe un vaso gigante con tequila y cerveza. Arturito dispara en el tiro al blanco y resulta ganador de un enorme oso que lo pone como loco de contento.
Cuando hacen fila para subir a la atracción más importante, la montaña rusa, Panchita nota que Arturito se siente mal. Ramiro, que se divertía como enano, se lamenta del estado deplorable de su hijo y se dispone a salir del lugar.
Ya en el taxi Ramiro nota el mismo mareo que lo había atacado en años anteriores pero ahora reflejado en el rostro de Arturito, que de la nada comienza a vomitar sobre su gran oso. El flujo del líquido es tal que alarma a su madre. Mientras atiende a su hijo Panchita piensa en la mano extraña que le apretó una nalga cuando esperaba, comiéndose una nube de azúcar, que su familia bajara de aquel aparato intergaláctico.


Estaría muy bien que se hicieran de esta revista. Que no los engañe la portada, que por lo demás, es elegante. El contenido está muy bueno. Los adoradores del Nobel mexicano puede que se sientan ofendidos por desentrañar las ideas del gran poeta y hacer un ajuste preciso. Lugo el legado artístico y filosófico de la generación del 68. (por allí una reseña de mua sobre el último libro de Murakami y un infograma sobre nuestro querido Octavio). Son 10 años tempestuosos. Festejemos. No olviden una rompe vientos.


Fui a San Nicolás, un lugar alucinante. El sitio está rodeado por dunas gigantescas que parecieran las caderas de una morenaza dormida (algunos verán los senos). Cuando se entra a San Nicolás se entra en otro mundo. Uno menos hostil donde morenazas enormes dejan recorrer su cuerpo desnudo o hacer sand boarding sobre la arena (siempre he creído que el número de granos de arena de todas las playas del mundo corresponde a la cifra correcta del infinito).

bámbola


Con el mar de Cortez contenido en las pupilas para siempre. Bajo la luz de una luna casi llena me comunico con como los pájaros. Le digo: hola. No hay adeu. Guapa de corazón distendido. Hay comienzo. Renovación. Tiempos para recorrer el breve verano que es la vida. Le sugiero: pinta, con las aves que hagan falta, un horizonte de fuga que sirva para sobrellevar el diario, la dosis. Le recuerdo: la inercia, la gente que va y viene. Todos y todo parte de una misma referencia. Adelante, guerrera.
Como los pájaros se extraña desde hoy. A las mañanas se les siente un mecanismo de ausencia. Las noches desmanteladas sin como los pájaros. Pero el sol sale y se pone a sus horas y a sus horas desanda la sombra sus pasos.
Todo comienza. Vamos como los pájaros. Encontrando signos, recorriendo estaciones.

Sin lugar para los viejos (tiempos)



Mi visita es ya una estancia. Las más de las horas estoy encerrado en el cuarto de Turkoglov simulando una lectura que no alcanzo a comprender. Mentira. Las más de las horas bebo whisky. Mentira. Bebo cerveza Tkt roja y fumo.
Ayer buscaba algún conocido con el cual pudiera hacer lo que más hago en el cuarto de Turkoglov o cualquier actividad, como ir al zoo. No encontré a nadie. Mentira. Nadie estaba disponible.
Si no fuera por V, que está por marcharse, diría que no hay lugar para mí en la ciudad. Pienso: soy viejo y mis actividades para compartir resultan aburridas. Soy una persona poco interesante o desagradable. No tengo amigos. No tengo imaginación. Todos están inmersos en un dinamismo secreto. Pero ¿quiénes son todos? Las dos o tres personas que me apetecía ver viven en otra ciudad o país. Y las otras dos o tres están fuera del aire o hacen cosas como: lijando el cooler, cuidando al nene, mirando los resúmenes deportivos.
Deambulo por las calles grandes de esta ciudad. Es confortable manejar los domingos, pienso, de regreso al cuarto de Turkoglov.

Familia atómica


Mayo no termina por desenredarse la corbata cuando Julito ya está acusado a Che por haber visto el programa prohibido en Discovery Channel. ¿Cómo es posible Che? ¿Cuántas veces te he dicho que? Y tú Julito, te advertí que no me gustan los delatores. Los menores reciben una palmada. Che sabe que fue Julito el ganador de ese round.


Mayo regresa a casa a las siete de la tarde. Llega cansado. De lo primero que se queja es del metro. Le repugna lo atestado que va a esa hora y el olor que desprende el pueblo raso. Así les dice Mayo a los usuarios del transporte subterráneo.

Dona llega a casa con comestibles y ve a su marido recostado en la sala. Haré entomatadas de cena, dice a Mayo mientras saca de las bolsas queso crema, tortillas y lo que creo es un bote de leche. A Mayo le encantan las entomatadas. ¿Alguna novedad? Pregunta a su mujer con tono fatigoso. Sí, hoy por la mañana cortaron el cable, responde Dona.

Julitoooooo! grita desde el sofá Mayo. Che sonríe debajo de la mesa.