enemigos

(Némesis)

El excelente Poeta recordaba sus días malditos en Ciudad de México. Su discurso sobre las peripecias en antros y prostíbulos que frecuentaba en los años ochenta y que fueron inspiración del poemario: Noches dobladas, el tema. Gabriela Minel, escritora oriunda de CD Juárez, gritó entre el público (siete personas) desde una butaca de la tercera fila: —Cállate pinche mentiroso, eres un mamón joto, cuando te bajes de allí te romperé la madre. El recinto quedó en silencio. El excelente Poeta, entre apenado y filántropo, siguió con el discurso (más bien act comedy) sobre antros travestidos y prostíbulos cumbiancheros; después de todo se trataba de un profesional de las Letras Mexicanas. Cada que el Poeta se refería a aquellas noches como las noches de su vida, se escuchaba la voz rasposa de Minel entre el público —por mamón, engreído y mentiroso te romperé la madre; sentenciaba la ganadora del premio “Antonio Rojo” por la novela Indoloencia; la cual, según la escritora en una entrevista en la revista de arte y pensamiento Caradoble, es una narración inspirada en las odas de John Keats.
Al concluir la charla los infaltables canapés y vino tinto acompañaban la tertulia. El excelente poeta, de saco casimir y todo, platicaba con una joven intelectual sobre tópicos dignos del Colegio de México mientras aprovechaba para observar, ampliamente, sus senos —Que saludables, decía para sus adentros. Estaba el Poeta en dichas cavilaciones cuando la salvaje Gabriela Minel, en shorts bermudas, le estrella una botella de cerveza (las llamadas caguamas) en la frente. El saco casimir quedó estropeado. La joven intelectual llevó a la cruz roja al excelente Poeta. Minel, que publicó en los noventas la novela (considerada por los de su generación como legendaria e imprescindible): Tren de noche desbocada, salió corriendo a refugiarse en la primera cantina más cercana. Un sentimiento parecido a la felicidad la hizo considerar el primer sorbo de cerveza como el mejor primer sorbo de cerveza de su vida.



(Hunday)

Roberto llegó borrachísimo y de madrugada al departamento. Justo cuando mis vecinos místicos levitan o hacen yoga. Roberto tumbaba la puerta a golpes. Los madrazos eran tan fuertes que me despertaron como si estuvieran martillándome la compuerta nebulosa del sueño. Soñaba con la ciudad de Barcelona. Admito que me rondaron en la mente judiciales cocos que venían a chingar de madrugada; tal vez María, eterna y escandalosa, imparable hasta conseguir un poco de dosis. Me tranquilizó el hecho de que hacían dos semanas que no conectaba ni siquiera mota, me tranquilizó en los dos casos: los judas se irían sin nada y María se quedaría a hacer algo con su boca entre mis piernas, cosa que ya no me desagradó tanto. Pero era Roberto, con una borrachera triste y de hombre despechado. Era Roberto y sabía todo; por lo demás, estaba conciente que llegaría este día pero nunca pensé que fuera tan de mañana. –ya cálmate cabrón, le grité desde el interior de la casa mientras desabotonaba los cerrojos. –chinga tu madre pinche Tony puto, me dijo. Por un momento pensé no abrir la puerta pero este animal me haría un panchote y ni modo; después de todo siempre me he enfrentado a mis desmadres. En cuanto abrí Roberto me tiró un chingadazo a la cara que nunca alcanzó a conectar. Era demasiada la embriaguez así que no respondí a su violencia. –Calma pinchi Roberto, vamos a hablar. –chinga tu madre pinche Tony puto, me dijo ahora con un llanto más seco y calmo. – ¿Por qué cabrón, por qué? Nadie me había dado tanta lástima tan temprano; Roberto mocoso, con una saliva pastosa escurriéndosele apenas.
–Así es la cosa cabrón, o qué, no te la sabritas, le dije. Roberto se quedó mirándome y fue como si se le bajara la peda o como si repensara todo en un minuto. -Chinga tu madre pinchi Tony, volvió a repetir y esta vez su voz se escuchó como dentro de una caverna. Se dio media vuelta, la media vuelta más lenta que he visto en mi vida. Lo seguí hasta la banqueta y vi como se marchaba en su Hunday. Mis vecinos místicos saludaron desde su patio tranquilo. Creo que se dieron cuenta del estado deplorable de Roberto. El viento delgado de esas horas permitía distinguir a dos cuadras la niebla toxica que lanzaba la hojalata de mi amigo.
Por la tarde recibí quejas de mis vecinos místicos.

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