Etgar Keret


Hace unos meses leí Pizzería kamikaze (Sexto piso, 2008) de Etgar Keret (Tel Aviv 1967). La impresión que me causaron sus cuentos es parecida a la impresión que me causa ahora encontrar fuera de casa a Sergio Rascón, un hombre monólogo, un pintor de arlequines. Rascón es adicto al cristal y platicando con él sobre Philip Roth me confiesa que lleva seis días en el limbo. Le pregunto si por allí no había encontrado a Jerónimo, el gran jefe Apache. Rascón rara vez levanta la cabeza y mira a los ojos. Lo hizo mientras decía que pensaba en él cuando entraba a casa para robarse una bombilla. Según Rascón fueron sus antiguos familiares Yaquis quienes dieron muerte a la mujer, madre e hijo del indio en algún lugar del desierto de Altar. Causa por la que Jerónimo odiaba a los mexicanos y en especial, a los indios sonorenses.
Pensé en Keret porque en el cuento, que da título a su libro, somos transportados de la mano de Haim, su personaje principal, al universo de los que han decidido inmolarse. En este posmoderno purgatorio de Dante aparece, fugazmente, Kurt Cobain. Lo hace protagonizando una resaca constante y sumamente antipático.
Según Rascón el vocalista de Nirvana se hizo amigo del Apache en el limbo y entre los dos planean ahora la venganza contra la tribu Yaqui.
Yo mismo he pensado en un purgatorio tranquilo, un malecón donde se adviertan barcos que zarpan constantemente. Donde los que esperan lo hacen bailando valses antiguos mientras barren la brisa que, como una caspa, imagino cayendo sobre sus hombros. En ese páramo yo buscaría a mi antipático William Blake, de quien Rascón nunca pudo rastrear influencias pictóricas y además, dice ahora, Blake no bailaría jamás. No esperaría en el purgatorio a nadie.
Quiero que Rascón se vaya de casa y se lleve la bombilla. Quiero leer los cuentos de Extrañando a Kissenger de un Keret, dicen, melancólico y absurdo.

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