El salmón


Calamaro besa el suelo del Auditorio Nacional y recuerda a los grandes que han pisado el recinto. Desde lo más alto, cerca de las lámparas, escucho la canción que abre el concierto: “El salmón”. La característica voz de Andrés se escucha nítida. Las guitarras potentes. Estoy emocionado. Un gordo enorme me tapa el escenario y le grito el clásico ¡tierra! Sólo voltea y me mira como diciendo: Vete al diablo. Respeto su emoción y, sobre todo, su masa titánica. Me paro también. Quisiera estar más cerca.

La segunda rola: “Cuando te conocí”. Comienza el flashback de lo que hoy es ausencia. Otros tiempos donde había una piara de amigos fumadores de noche. Borracheras que ya no vuelven y en las que se bailaba la madrugada desde una banqueta. De una de ellas recuerdo un gato que nos miraba desde el otro lado de la calle creyendo, quizá, que roedores enormes se habían emancipado. Luego ella, siempre ella. Niña que jugaba a los poemas y tenía los vans más chingones. La morrita del amor.

El salmón es un monito diminuto que no para de moverse en el fondo de aquella escenografía. Entonces recibo una llamada. Sophie me espera en la escalera con un boleto hasta abajo. Corro mientras escucho: “Ibas a seguir siendo igual…”

Veo con claridad los tatuajes de un excitado argentino que muestra gratitud y corazón frente a miles de mexicanos que han abarrotado el lugar. “Es tarde, se hizo de día, menos mal que está nublado…” Marco sin éxito al otro lado del mundo, ese abismo, para que duela o goce mí preferido, maniático referente del sentimiento. Bailo con las chicas que están a mi lado y una que otra lagrimita se me escapa, se fuga. “Voy a salir a caminar solito, sentarme en el parque a fumar un porrito, y mirar a las palomas comer, el pan que la gente les tira…” Turcoglov más presente que si estuviera cantándola conmigo. Ella no pagó boleto, no está en materia pero chingado.

“Mataría por cinco minutos a mi rival” “Es inmoral quererte tanto” “Elvis está vivo” “La moneda cayó del lado de la soledad, otra vez”.
Es impresionante escuchar el coro de “La flaca”. A uno se le pone la piel chinita. Calamaro, con su camiseta de Zapata, se quita las gafas y se entrega a un montón de brazos levantados coreando un oé oé oé, Andrés, Andrés. Parece que el cantante se rompe. La banda se va y el salmón se pone elegante, un saco negro para cantar tangos clásicos. Seguramente no soy el único que se desborda.

“Me gusta besarte por delante y por detrás”. Luego llega una canción que me hace cerrar los ojos “Encerrado en mi torre de marfil…” Que lejos te puede llevar un buen concierto, un músico vago y de vida. “Me estás atrapando otra vez“ “Sentiste alguna vez lo que es tener el corazón roto” ¿Podrás entender lo que me pasa a mí esta noche?

Cuando se trata de un concierto de esta categoría lo que termina no termina tan mal. Calamaro tiene que volver a salir, ahora con una camiseta de Blue Demon, a tocar otras cinco canciones llegadoras. La última: “No te preocupes paloma hoy no estoy adentro mío, mi amor es mi enfermedad, soy un envase vacío”. Salud compañeros!

Ciudad de México, 13 de octubre 2008.

2 comments:

venecia lopez said...

que bella reseña.

salud (comienza el día con ansia en plaza francia)

besos!

Alfonso López Corral said...

"Cuando se trata de un concierto de esta categoría lo que termina no termina tan mal." Y salió la antireseña, qué bueno que no terminó mal, fue un crímen perfecto.

abrazo