Obras dolorosas de Duermevela el hablante.


En la noche duermevela…
Joaquín Sabina.
Magdalena Frías
Las manos solapadas por sus ojos lo llevaron a pensar en sí mismo como dualidad, entonces decubrió su mirada perdida y pasó a ser tres, algo no común pero aun posible dentro de las patologías. Su preocupación más severa era llegar a descubrirse monótono, con miles de seres adentro que convivían pacíficamente y lo relegaban hasta sus vísceras; espectador de su cuerpo amanecía en sus brazos, otras tantas en sus pulmones, y cuando más se asombraba las cadenas neuronales le indicaban las zonas específicas para abrir las piernas.

Yo soy Duermevela, un tiempo meditado --con un método escapista--que ataca los decires. El que pasa entre pueblos y pequeñas niñas le sonríen.

Había una estructura de las necias, una poética líquida que mojaba cada espacio ocupado por él y recubría, con un afán vitalista, la nostalgia inoportuna que suele aferrarse a los cuerpos. De pronto miraba a su madre y ella, lejana, le daba una caricia cuando pasaba a su lado. Así él tenía el firme propósito de crecer y abandonar la noche retrospectiva para romper el cálculo mágico que el dios –su dios- hizo del tiempo.

Yo soy Duermevela, el anónimo sin máscara. Mientras cierras tus ojos la conciencia de mi penetración se vuelve oscura.

Es mayo y Duermevela piensa en el calor, estruja un poco sus ropas, se recuesta en la cama y, acostumbrado a tirarse boca abajo, voltea su cuerpo y decide dormir mirando el techo para así alejar las pequeñas sensaciones de ahogamiento, pero finalmente nada le resulta reconfortante. Piensa en miles de palabras que le provocan imágenes desoladoras, otras son un poco funestas pero creíbles, dentro de toda su maraña imaginativa descubre que hay un vacío. Nadie dice nada, cuando el hombre más rico del mundo logra seguir siéndolo, otros hombres menos factibles se echan a su cama y piensan alguna forma de permanecer un poco desatentos de su cuerpo. Él, construye una cotidianeidad espontánea de la que recibe estragos psicológicos, nada a su alrededor le parece viable para sus sensaciones; marginaciòn, automatismo, pobreza, diligencia laboral, conciencia, felicidad, hambre, felicidad…

Yo soy Duermevela entre puentes de mariposas amarillas miro un río, un caudal que no se detiene, por él desfila un cortejo de realidades no regristradas. Yo soy la caricatura final de la puerta hacia el exterior, enciendo la vela que alumbra el camino de los hombres. Cuando das un beso tibio a tu cuerpo me miro en tu piel y amanezco desnudo en tu seno.

Es marzo, el proceso de gestaciòn filantrópica ha fallado. Él se entrega a la pasión de la racionalidad, a pesar de la conciencia latente de un error, de una falla en el sistema completo de metros cúbicos, en la capacidad del espacio y del buen oficio de cocinero, ha localizado, mínimamente, un tiempo que le permite cerciorarse de la hora exacta para poder descansar.
Echarse a la cama con las manos atadas por innumerables frustraciones ha sido el refugio inusitado, perfecto. Son las seis del lunes, mañana o noche, Duermevela recuerda el día que nació, su madre, sus hermanos, su apetecible pastel de cumpleaños. Un globo de cinco metros estirado hacia el cielo, unos clavos y dos tornillos que el señor carpintero dejó después de instalar la mesa de regalos.

Yo soy Duremevela, antiguo visitante que no tiene espacio, una cura artificial que se receta en tabletas sin necesidad de ir al sofá del consultorio. Mirando detrás de la ranura tus confusiones y culpas después del orgasmo, la eyaculación precoz y el poquito de pecado que te hace vivir, me revelo a mí mismo la vida.

Junio. El día es apacible, todas las ilusiones y desesperanzas son aprovechadas, cada una tiene su justo fundamento vitalicio, algunas se recuerdan en el transcurso del paso cotidiano. Una viejita tira migas a un perro, él sabe que no es necesario indicar el error, se sienta en una banca, se acomoda quedito para evitar el calor que aún es desafiante. Unas manos entrelazadas se alejan y una mirada hacia el frente descubre a los hermanos de Duermevela en convivio social. Desesperado atraviesa la calle, corre sin pensar, dentro le late el corazòn y una llama lo ahoga. Llueve.

Yo soy Duermevela en la encrucijada común y citadina. Tengo vacaciones de por medio y un cuartel general de pecados donde crece un laberinto de humo, donde se desarrollan mis nostalgias venideras. Yo soy Durmevela quien despierta en deseo y te nombra.

Es septiembre y el señor Wlolbof hace oraciones a las seis de la tarde. Una campana repite sus gestos simulando octubre o a un muerto. Hace también poco frío, pero no hay nostalgias cuando el sol se revela desde el ventanal del piso trece, a las seis de la tarde. Con una sonrisa diminuta asomando en los labios, ellos, deciden ponerle de nombre Virginia.

(Nota)
Es indudable la capacidad que tienes para hacer frases y que esas frases vengan cargadas de emotividad, misterio y ambientes sepias, nostálgicos. Imagino que un agente secreto escribe esta historia (¿prosa?) triste de Duermevela. Un agente secreto que va dejando pistas para su contacto en Praga o Lisboa, esas ciudades excéntricas que exigen los espías para revelar su anonimato. Siento que yo intento revelar una historia, un significado en este almanaque insomne que se me viene narrando. Por lo demás, creo que es inútil, que hay una opacidad que dispara significados e interpretaciones. Una opacidad que funciona en el mecanismo narrativo pero que deja al torpe lector que soy como un niño obeso al que se le ha escapado el globo de helio que le regaló su madre (disculpa un símil tan tonto) un día de invierno. Me queda la sensación que acabo de leer una historia entre vigilias y días por llegar: esas certezas borrosas enmarcadas por la distancia.
Iván B.

1 comments:

overcast said...

magdalena, aun está aquel poema en migajas guardado en la guanatera.