En chien et loup

I
El día estaba entre perro y lobo. La hora que no se distinguen las intenciones en los rasgos de los rostros. Algo escondía en el cobertor san marcos. Miró como de soslayo un gato que dormitaba en el regazo de la mujer gorda con los zapatos más ridículos. Frente a él se repetía la misma calle de siempre: las mismas casas como vagones de un tren inamovible; los mismos patios decorados con enredaderas trepadas en los zaguanes, -espías, estaciones del polvo- los mismos vecinos envejecidos esperando a ritmo de poltrona la muerte de las horas. Fingió que la vida no era ese pequeño circuito de cuadras. Quiso ir lejos, conocer los puentes, el río que alimentaba los campos. Imaginó la vida sucediendo en otra parte, como Rimbaud, pero volvió a su ritmo de poltrona. Miró al gato en el regazo de la mujer gorda que agregamos, era la madre. Un movimiento estrepitoso, ensordecedor, fue relámpago previo para el derrame blando de coágulos sobre los zapatos más ridículos. El ritmo de la poltrona cambió súbitamente.

2
El hombre se está quitando el sombrero en el patio trasero de la noche. Un cilindro de gas sirve de perchero. Entra a la casa, se arroja a su cama. Ya no nos importa.
El vecino de atrás de la casa de la noche es sonámbulo, ya saben, fataché, grillo, como quieran llamarle; saca de entre sus ropas pardas un revolver calibre 22. Acaricia el máuser. Sigue el imposible movimiento del posible ladrón en la casa de Darío, su vecino Panadero. Le dispara de una buena vez a la cabeza, al sombrero (da en el pecho).
No había tronado tan fuerte un hombre.

1 comments:

Lilia said...

un monsieur heureux