El árbol de la vida que crece más allá de las salas de cine



"El objeto más delicado puede servir
de eje al universo…"
-Walt Whitman

Outsiders frente la pantalla
Acabo de ver la película El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011). En la sala sólo estábamos tres personas. Los tres pasados de peso y con una innegable pinta de outsiders. Las salas contiguas abarrotadas: fórmulas fílmicas de romances estúpidos, violentas conspiraciones y el fin del mundo. Después de todo El árbol de la vida cae dentro de la categoría de película rara. Si raro entendemos aquel oficio creativo que se toma el tiempo, en este caso, de contar una historia y hacernos reflexionar. El cine que ve el gran público de nuestros días es rápido y en él no hay espacio para que el espectador conecte, por sí mismo, ideas y sensaciones.

Aunque la estrategia de contar en su reparto con dos símbolos de Hollywood, Brad Pitt y Sean Penn, seguramente funcionó para que más personas compraran boleto, el acomodador del cine me comentó que desde el estreno de El árbol de la vida mucha gente se sale a media proyección. La información la tomé como una metáfora mas allá de la sala del cine. Aunque la película mantiene una estructura fílmica que apuesta ser enlazada por el público, de otra manera es sólo una secuencia abstracta de imágenes y sonidos, tampoco es tan complicado entender la propuesta de Malick: conectar significados.

Mensajes
Es sorprendente la aritmética con que suelen llegar los mensajes a los seres humanos, como sorprendente es el desinterés con el que los recibimos la mayoría de las veces. Días atrás quien esto escribe caminaba, como un lunático, por parques y bulevares pensando en lo absurdo de su existencia. Sintiéndose miserable, el arroz negro del universo. Así, sin un lugar al que llegar, llegué al cine. Así como llegaron los silenciosos compañeros de sala, para quienes muy probablemente esta historia sobre una familia de Wako, Texas, en los Estados Unidos de los 50, filtró, como sucedió conmigo, su propia infancia.

Mi infancia trascurrida en los 80 en un barrio polvoriento de Hermosillo. Un filme que filtró la relación con mis hermanos y mis padres. Que me hizo preguntarme, de nuevo, esas cuestiones grandilocuentes que no han podido contestar, ni podrán, filósofos y sabios, religiosos e iluminados. Esas cuestiones que han sido rondadas por el lenguaje de ciertos poetas. La película en cuestión es precisamente un intento poético de acercarnos al movimiento más elemental de la existencia, a eso que se conoce como “el milagro de la vida”. Es fácil identificar a Heidegger y Whitman en sus contenidos; durante toda la proyección se me venía a la mente una rescritura fílmica del Canto a mí mismo del poeta estadounidense y un resumen del Dasein que el filósofo alemán pregonaba en Ser y tiempo. Ese afán de conectar lo micro con lo macro. . Ese afán por sugerir que la especie humana es parte de un cosmos cuyo significado va más allá del lenguaje. Que el individuo es pieza clave de la relojería universal.

Preguntas
¿Qué tiene que ver conmigo, con mi historia personal, la coreografía de una parvada de gorriones que sobrevuela entre edificios descomunales? ¿Qué tiene que ver conmigo el movimiento del agua? ¿Qué tiene que ver conmigo un dinosaurio observando el océano? ¿Qué tiene que ver conmigo la formación de una supernova? ¿Qué tienen que ver conmigo las pequeñas huellas dactilares de un recién nacido y la mirada apacible de su madre? ¿Qué tiene que ver conmigo la misericordia de un reptil extinto? ¿Qué tienen que ver conmigo la luz que se filtra entre el follaje de los árboles y el musgo verde sobre las piedras del río? ¿Qué tienen que ver conmigo los bancos de peces y la trayectoria de las mantarrayas? ¿Qué tienen que ver conmigo la culpa, los recuerdos tormentosos y la catarsis de los seres humanos?

Aprendiz Zen
Después de las dos horas pasadas que dura la película regresé a mi casa, recorriendo bulevares y parques, con la sensación de haber platicado con un buen amigo. Uno bien intencionado. Ya no me sentía como el arroz negro del universo sino como un aprendiz Zen que se dirige a la disipación inevitable, a ese lugar donde los budistas dicen que Todo es Uno. El final de El árbol de la vida es quizá su única debilidad. Sin embargo recomiendo amplísimamente a todos los outsiders que leen esta columna, que caminen rumbo a su sala de cine favorita y se dejen llevar, como hasta ahora, por el cause de su propia historia, la de todos.

5 comments:

Alejandra Meza said...

Justo ahora le comentaba a mi hermana que se me antoja ver esta película y me dijo que ha leído malos comentarios sobre ella jejee... habrá que verla!

overcast said...

No tiene desperdicio. La verdad. Sobre todo visualmente.

mar adentro said...

Las preguntas esenciales. El sabernos una parte de un todo pequeño y otro infinito. Saber que somos algo pequeño, casi insignificante, una construcción de sentido. Como esa lava o las gotas que se unen en medio del líquido. La luz. El agua. Lo inmenso. Nosotros dentro del Universo, buscándonos a nosotros mismos, buscando lo que perdimos en el camino. Somos el encuentro en la mirada de dos seres que se extinguieron.

overcast said...

"Somos el encuentro en la mirada de dos seres que se extinguieron"
vientos.

manipulador de alimentos said...

Una película inolvidable, trascendental y esencial. Ya es parte de mí. Un saludo!