Tres


Federico es un malogrado escritorcillo de sonetos y se cree el más guapo de los tres. Pero la verdad es que todos parecen patada en el culo. Federico tiene novia (nada del otro mundo) La interfecta responde al nombre de Rita. Rita trabaja en una papelería (Ella dice centro de copiado) Rita, aunque tiene buenas caderas posee los globos oculares más saltones que he visto en la vida, lo que le ha valido el sobrenombre de la Sapo. La Sapo antes andaba con Damián, un buen dibujante traumado con los comics de la marvel. Pablo (yo) fue el primero en conocer a Rita. La conoció cuando se le ocurrió ir al club de comics de los sábados. Federico, Damián y Pablo frecuentaban el club de comics de los domingos. El sábado que se conocieron (Rita y Pablo) hablaron sobre comics japoneses y concluyeron que eran los mejores en todos los sentidos: en su mayoría se trataban historias fascinantes con dibujos poca madre. Algo había entre la Sapo y Pablo. Algo que apenas se podía intuir pero que resultaba innegable. Rita a veces tomaba mi mano y yo sentía que de sus palmas manaba un sudor como desde un tibio ojo de agua. Caminábamos por las calles de su barrio hablando boberías y haciendo teorías sobre la emancipación de los faroles. A la Sapo le encantaba trepar árboles frondosos y Pablo encontraba fascinante su manera de escalarlos. Un buen día se me ocurrió presentar a Federico y Damián con Rita. Damián había trabajado de copista durante dos años en la papelería de su tía Lola; la Sapo encontró en Damián el entendimiento necesario para con el hastío de su profesión. Convenimos ir todos juntos al club de los sábados. Al segundo sábado Damián nos compartió un comic improvisado que dibujó para la Sapo. Se trataba de una breve historieta donde la heroína, una copista con el poder de duplicar cualquier documento, luchaba contra el mecanismo burocrático en la ciudad de Méjico. Rita cayó rendida ante el detalle de Damián y sin más, comenzaron a salir. Ya no era Pablo quien sentía aquel manantial tibio que manaba de las manos de la Sapo. Ya no caminábamos juntos ni veía aquel acto, casi mágico, de verla escalar árboles gigantes. Después de varios sábados Federico aprovechó la ausencia de Damián (quien contrajo una hepatitis que lo tenía recluido en cama) y leyó en el foro del club un soneto (malo y cursi) dedicado a Rita. Para ese entonces Pablo ya se había recuperado de aquella insinuación de romance que había creído tener con la Sapo. El camino había quedado libre para Federico. Al siguiente sábado Federico y Rita no asistieron al club. Cuando acabó la anime que proyectaban (Naruto: Hurricane Chronicles) salí del club y les vi de lejos tomados de las manos cruzando el puente de La Catorce. Ya en casa recibí una llamada de Federico que me daba las buenas nuevas: Rita y él andaban. Le cuestioné sobre nuestro amigo Damián y su antiguo noviazgo con la Sapo. Arguyó que ella ya había terminado con él por teléfono y que habían quedado muy bien, como amigos. Lo felicité y acordamos vernos en la tienda de comics para hablar de los detalles de su flamante conquista. Al llegar nos percatamos que allí estaba, aun amarillo y considerablemente delgaducho, nuestro amigo Damián. Le di un abrazo con reservas y Federico se limitó a saludarlo de mano. En el tiempo que Damián estuvo en cama había trabajado en un comic que narraba las aventuras de Coloso, un héroe que de día era un enfermizo hijo de mami tumbado en su cama pero que por la noche se recargaba (como vampiro) con las sombras que cubrían, como un manto enorme, las calles, y era entonces que salía a combatir el mal. Sin duda, se trataba de un comic de calidad (por lo menos los dibujos eran buenos). Federico no hizo ningún comentario. Se limitó a palmear la espalda de Damián a quien le pude advertir una inyección de coraje en la mirada. El comic me gustó lo suficiente como para querer tener un fotostático e incluirlo en mi colección. Ir a la papelería donde trabajaba la Sapo fue mi idea. Rita me daba descuento especial y además, pensé, ya era hora que esos tres se vieran las caras. Se sentía cierto nervio en los pasos de Federico y Damián. Un silencio que hacía explotar los ladridos de los perros, los claxon de los autos y el viento meciendo los follajes de los árboles me pareció apabullante. Al llegar al centro de copiado la Sapo nos echó una mirada todavía más saltona (por un momento pensé que sus globos oculares saldrían expulsados). Después de saludarnos, apenas, desde atrás del mostrador, le pedí las copias de Coloso. El sonido mecánico de la copiadora era el único ruido perceptible en aquella sala. Es un comic con excelentes dibujos, comentó Rita. Me puedo quedar con una copia? preguntó la Sapo. Por supuesto, respondieron al unísono Damián y Federico. Por mi parte dejé de frecuentar el club de los sábados y empecé a ir los jueves.

2 comments:

Joel García said...

por algo decía -no con poco sarcasmo- tata Manuel que no había que confiar en algo que sangrara poco mas de 4 días y no muriera...jeje

overcast said...

jeje. me recuerdan aquella canción que dice maomeno así: "la procesión irá por dentro" "el luto se lleva como en una carreta desbocada que nadie puede parar... condenada, condenada, nadie la puede parar"