1 enero 2007

Hoy es primero de enero del 2007. Quizá el día en el que más se vomita en mi país (mi continente). Una gran parte de la población se encuentra recluida, infinitamente des-gastada y como levitando en sus hogares. Las ventas de suero alcanzan por estas fechas un repunte increíble. Los habitantes de las ciudades parecen noqueados por la leve sorpresa que causa, de repente, estar vivo.

El sol primero que resucita las formas urbanas y los campos generosos; el sol que viene sorteándose, escalando la noche más larga de todas; según la admirable veracidad que los habitantes del mundo occidental otorgamos al calendario gregoriano[1], es un sol de sed, un sol que vigila, aun, desde su antorcha poderosa, lo irremediable. Un sol que sin embargo baña a sobrios y optimistas. Un sol que emerge desde un insospechado horizonte. Un sol que nos invita a la vida, que nos convida a la vida.
¡Por ese sol hermanitos!

[1] El Papa Gregorio XIII reunió un grupo de expertos que, después de cinco años de estudios, implantó el calendario que actualmente tenemos en vigor en la sociedad occidental, realizando las siguientes reformas al calendario juliano.
1. Se excluyeron diez días, disponiéndose que el 5 de octubre se contase como 15 de octubre.
2. Se corrigió la duración del año solar, estableciéndose en 365 días, 5 horas, 49 minutos y 12 segundos.
3. Se hizo empezar el año el 1 de enero.
4. Los años seculares se convirtieron en bisiestos sólo si resultaban divisibles por 400, de este modo se ganaba la fracción de un día cada cien años, que en 15 siglos había ascendido a 10 días.
El nuevo calendario fue inmediatamente adoptado en todos los países católicos, pero el resto del mundo tardó en aceptarlo, siendo Rusia el último país que lo adoptó en 1918.

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