Antonio Rojo
La esperaba hacía ya media hora. Me comí un gansito y un bote de leche enchocolatada.
La esperaba hacía ya media hora. Me comí un gansito y un bote de leche enchocolatada.
Siempre espero cuarenta minutos y ella lo sabe y ella lo sabe. La esperé primero en los columpios pero me sentí ridículo balanceándome: péndulo sin sentido. Fui debajo del puente suspendido y me sentí ridículo bajo su sombra delgada. Me recosté en el pasto como vaca echada y me sentí ridículo. Me senté en una banca a comerme el gansito y la leche y me sentí ridículo entre las complicadas envolturas. No he hecho otra cosa que esperarla y sentirme risible, un perfecto payaso.
Los niños corretean y gritan así como corretean y gritan los niños; debajo de la fuente, sus gritos traspasan cuadras y si te quedas en silencio los escuchas, Ssssssssssssst! ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------- ese delgado martilleo de vocecillas.
Ni siquiera ha tenido la delicadeza de mandarme un mensajito. 35 minutos que pasaron con vientos ligeros en lo alto de las palmaras y uno que otro cholo en baika tirando la zorra. Dos basket intentándolo de tres puntos y media docena de niños resbalándose, escalando, resbalándose, escalando: la resbaladilla más alta de la historia; maestros del descenso.
Una pareja de preparatorianos (lo sé por sus uniformes) entre los árboles del fondo; cortejándose como si fueran los últimos preparatorianos en el último parque de un mundo que se va a la mierda y que antes grababan sus nombres en el tronco gigante de un yucateco, hacen… huy huy, huy, que recuerde.
Unas manos que huelen a jardín japonés me tapan los ojos.
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