LLANTO POR LA MUERTE DE UN PERRO
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overcast
Me dice Sabín por messenger:
ayer estuvimos en la tumba de abigael, 13 años de muerto, lluvia, cheve, encendimos velas y leímos poemas...
Aquí un poema del gran Abigael.
Llanto por la muerte de un perro
Hoy me llegó una carta de mi madre
y me dice, entre otras cosas: –besos y palabras-
que alguien mató a mi perro
“ladrándole a la muerte,
como antes a la luna y al silencio,
el perro abandonó la casa de su cuerpo,
-me cuenta-,
y se fue tras de su alma
con su paso extraviado y generoso
el miércoles pasado.
No supimos la causa de su sangre,
llegó chorreando angustia,
tambaleándose,
arrastrándose casi con su aullido,
como si desde su paisaje desgarrado hubiera
querido despedirse de nosotros;
tristemente tendido quedó
-blanco y quebrado-,
a los pies de la que antes fue tu cama de fierro.
Lo hemos llorado mucho...”
Y, ¿por qué no?
yo también lo he llorado;
la muerte de mi perro sin palabras
me duele más que la del perro que habla,
y engaña, y ríe, y asesina.
Mi perro siendo perro no mordía.
Mi perro no envidiaba ni mordía.
No engañaba ni mordía.
Como los que no siendo perros descuartizan,
destazan,
muerden
en las magistraturas,
en las fábricas,
en los ingenios,
en las fundiciones,
al obrero,
al empleado,
al mecanógrafo,
a la costurera,
hombre, mujer,
adolescente o vieja.
Mi perro era corriente,
humilde ciudadano del ladrido-carrera,
mi perro no tenía argolla en el pescuezo,
ni listón ni sonaja,
pero era bullanguero, enamorado y fiero.
A los siete años tuve escarlatina,
y por aquello del llanto y el capricho
de estar pidiendo dinero a cada rato,
me trajeron al perro de muy lejos
en una caja de zapatos. Era
minúsculo y sencillo como el trigo;
luego fue creciendo admirado y displicente
al par que mis tobillos y mi sexo;
supo de mi primera lágrima:
la novia que partía,
la novia de las trenzas de racimo y de la voz de lirio;
supo de mi primer poema balbuceante
cuando murió la abuela;
el perro fue en su tiempo de ladridos
mi amigo más amigo.
“Ladrándole a la muerte,
como antes a la luna y al silencio,
el perro abandonó la casa de su cuerpo
-dice mi madre-
y se fue tras de su alma –los perros tienen alma:
un alma mojadita como un trino-
con su paso extraviado y generoso
el miércoles pasado...”
Ay, en esta triste tristeza en que me hundo,
la muerte de mi perro sin palabras
me duele más que la del perro
que habla,
y extorsiona,
y discrimina,
y burla;
mi perro era corriente,
pero dejaba un corazón por huella;
no tenía argolla ni sonaja,
pero sus ojos eran dos panderos;
no tenía listón en el pescuezo,
pero tenía un girasol por cola
y era la paz de sus orejas largas
dos lenguas
de diamantes.
Iceberg que se alza
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Un parpadeo
Acabo de ver "La Escafandra y la Mariposa" (Julian Schnabel, Francia-USA 2008). Todo lo que llegue a decir es inútil. Bastaría con aceptar que en ocasiones somos como un iceberg que se derrumba. Que habitamos un cuerpo que es parte de la violencia impredecible de la naturaleza. Que más valiera abrazar y ver todo aquello que nos rodea como a una gran familia que está a punto de abandonarse. La plasticidad lírica del filme no es menos bella que su mensaje: el verdadero viaje continúa en el tren de la imaginación y la memoria. (Altamente recomendable para aquellos a quienes el invierno se ha instalado en su larga caminata).
Decadencia
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"Yo veo con mucho optimismo lo decadente. Si estuviéramos en un mundo con un sistema de valores extraordinario, la decadencia sería un peligro. Pero en un mundo en el que la injusticia y la pobreza están concebidas como parte del sistema, la decadencia es una esperanza."
-Lucrecia Martel
Directora de cine
17 de noviembre
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(José Guerrero)
Para recordar a la Chío Polilla
El otoño recorre las islas
A veces tu ausencia forma parte de mi mirada,
mis manos contienen la lejanía de las tuyas
y el otoño es la única postura que mi frente puede tomar para pensar en ti.
A veces te descubro en el rostro que no tuviste y en la aparición que no merecías,
a veces es una calle al anochecer donde no habremos ya de volver a citarnos,
mientras el tiempo transcurre entre un movimiento de mi corazón y un movimiento de la noche.
A veces tu ausencia aparece lentamente en mi sonrisa igual que una mancha de aceite en el agua,
y es la hora de encender ciertas luces
y caminar por la casa evitando el estallido de ciertos rincones.
En tus ojos hay barcas amarradas, pero yo ya no habré de soltarlas,
en tu pecho hubo tardes que al final del verano
todavía miré encenderse.
Y éstas son aún mis reuniones contigo,
el deshielo que en la noche
deshace tu máscara y la pierde.
José Carlos Becerra
Para recordar a la Chío Polilla
El otoño recorre las islas
A veces tu ausencia forma parte de mi mirada,
mis manos contienen la lejanía de las tuyas
y el otoño es la única postura que mi frente puede tomar para pensar en ti.
A veces te descubro en el rostro que no tuviste y en la aparición que no merecías,
a veces es una calle al anochecer donde no habremos ya de volver a citarnos,
mientras el tiempo transcurre entre un movimiento de mi corazón y un movimiento de la noche.
A veces tu ausencia aparece lentamente en mi sonrisa igual que una mancha de aceite en el agua,
y es la hora de encender ciertas luces
y caminar por la casa evitando el estallido de ciertos rincones.
En tus ojos hay barcas amarradas, pero yo ya no habré de soltarlas,
en tu pecho hubo tardes que al final del verano
todavía miré encenderse.
Y éstas son aún mis reuniones contigo,
el deshielo que en la noche
deshace tu máscara y la pierde.
José Carlos Becerra
LOS CÓMPLICES
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Te decía en la carta
que juntar cuatro versos
no era tener el pasaporte a la felicidad
timbrado en el bolsillo,
y otras cosas más o menos serias
como dándote a entender
que desde antiguamente soy tu cómplice
cuando bajas a los arsenales de la noche
y pones toda tu alma
y la respiración
perfectamente controlada,
por mantener en pie tus rebeliones
tus milicias secretas
a costa de ese tiempo perdido
en comerte las uñas, en mantener a raya
tus palpitaciones,
en golpearte el pecho por los malos sueños,
y no sé cuántas cosas más
que, francamente, te gastan la salud
cuando en el fondo
sabes que estoy contigo
aunque no te vea
ni tome desayuno en tu mesa
ni mi cabeza amanezca en tu pecho
como un niño con frío,
y eso no necesita escribirse.
-G.Rojas.
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Al desgano con cariño
A veces pasa: uno se tiene que morder la nuca para no salir armado a matar el horizonte.
Pasa la vida que se resume en la línea de trazo que va dibujando un pájaro infalible. Un pájaro, gota del día.
Pasa que la existencia es sumario del ocultamiento. El borrón opaco de un tren anónimo.
Pasa, no pasa nada. Intrusos que orinan la banqueta de tu casa mientras duermes.
Un alegórico, público desamparo. La distancia que envuelve el cuerpo de quien se ama y, sobre todo, de quien se ignora.
Pasa que el enemigo más sofisticado habita en el espejo de tu sala y le gusta que seas tú quien le cepille el cabello. El que le compre fármacos y aislamiento.
Pero también, chingado, pasan los nubarrones y dejan limpia la tarde, las calles. Y la historia, de nuevo, puede ser contada.
Bro
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29
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R asumió que el sonido provocado por el viento entre el ramaje del antiguo yucateco afuera de su casa era una especie de augurio. Se dejó mecer por la breve sonaja y cayó dormido. Soñó con Tigre, aquel perro enorme y anaranjado que le seguía por el barrio. Soñó que el perro soñaba, a la sombra del yucateco, con un hueso enorme. Soñó las voces de infantes que jugaban béisbol en la calle del árbol. Soñó a su hermano jugando maquinitas, imbatible. Soñó una tarde roja en la que el diablo era el sol que se ocultaba apenas. Soñó a su madre, cabello de espuma, que llegaba del trabajo anticipada por su olor a mazapán. Soñó a Cleotilde, a Fernando, a Gustavo, a Jesús, a Javier, a Rodolfo, a Francisco, a Toño, a Paty y Claudia. Soñó que todos escuchaban al unísono aquel ramaje. Soñó sus miradas dulces y jóvenes perdidas mirando una lluvia imposible. Soñó a Melina con los ojos cerrados respirando brisa de mar. Soñó que todos juntos soñaban aquella calle y aquel árbol.
Las vírgenes de Bunbury
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Las vírgenes de Bunbury se tomaron, antes de entrar al concierto, una botella de tequila. El boleto es en la pista y el flaco quedará a unos 20 metros de nosotros. Las balas perdidas inician. Lo bueno que alguien, Leviatán, nos dejó guardado medicamento y entramos al club de los imposibles más que conectados con la turba que llenó el Palacio de los deportes. 20, 000 mil gargantas hacían estremecer los mil soles del coloso. Me caló hondo lo bonito que se veía el desfile infinito de momentos en mi memoria. Saborear ese pescado de futuro que comeremos en Oaxaca y compartirlo un poco ahora que caminamos por donde quieren nuestras botas. Y al final se encienden las luces y uno tiene que regresar, borracho y loco, al laberinto de los días. Queda una carretera a Janitzio. Queda la perfección de los muertos entre las flores.
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