Estrella de la muerte




Resulta extraño darse cuenta de la pinta que tiene la gente que viaja. Generalmente se va muy limpio y con cara de cabreado. No pueden faltar los que confundieron lo ridículo con lo extravagante. Luego los extranjeros con cara de avestruz. Son tan altos que es inevitable voltear a verlos como se miraría a la torre latinoamericana.
Recién vi a una persona con todas las características de un pitufo, un pitufo rappero, habrá que indicar. Parecía un pequeño nórdico orgulloso, con su gorra de nigga y sus tenis de nigga y su barba de papá pitufo.
Luego las mujeres estiradas. Pareciera que el suelo por el que caminan no las merece. Parecen una liga a punto de reventar. Hace unos minutos, me estoy comiendo el sándwich más caro de la historia, vi a una actriz que salió en aquella novela "mirada de mujer", una que se apellida Serradilla. No sé cómo se llama pero tiene cara de perro pekinés y es joven y delgadísima. Se veía preocupada, como que perdió el vuelo.
Pero regresemos a las estiradas, se nota que ponen un como escudo de protección, así como el que tenía la estrella de la muerte de star wars. Van con zapatillas de súper tacón con la que podrían asesinar a alguien. Me pregunto por qué demonios se ponen zapatillas para subirse a un aeroplano.
Yo vengo de sombrero y chaqueta. Quizá también pueda parecer un judío con cara de Olmeca, quien sabe, pero ahora pienso que también podrían catalogarme como un tipo extraño, incluso misterioso. Alguien que bien podría traer una bomba latiendo al interior del abrigo.
A las mujeres sexys les gusta viajar. Van allí con sus falditas... Hace rato pasó una de esas mujeres que se creen y se sienten sexys pero que no lo son, ya sabes de cuáles hablo. Pues bien, ésta traía una mallita por la que se le desbordaban unas nalgas muy particulares. Era chistosísimo, y no sólo para mí, sino para toda la gente que estaba en la Sala B del  aeropuerto del DF. Cuando se bamboleaban aquellos grotescos pedazos de grasa y carne, toda la sala murmuraba. La mujer caminaba y la nalga izquierda caía cuando la derecha subía. Luego al revés. Una locura.
Me termino el sándwich. Iré a buscar mi sala para transbordar. Por lo pronto te comento que por acá todo se me figura un hormiguero. Un hormiguero en cuyo centro se avecina un desastre. Pero ya sabes, no es un hormiguero ni se avecina nada. Quizá todo tiene que ver que soy algo así como un tijerón, y que estoy viajando solo cuando tú deberías estar aquí platicándome sobre Plinio.

Te mando besos.

Sergio Rascón, el galán salvaje


Todos tenemos un Rascón
Desde el pasado 6 de septiembre se exhibe en el MUSAS “Looking Back In Anger”, del pintor, escultor y dibujante Sergio Rascón (Caborca, 1962). Se trata de un montaje que significó una titánica labor de recopilación de obra. Y es que desde las familias más encumbradas de la aristocracia sonorense, pasando por escritores, dealers, burócratas de la cultura, alumnos y maestros de la Unison, parroquianos de cantinas, reporteros, amas de casa, mecánicos y todos aquellos que se dejan seducir por los trazos del artista, que bien pide una pequeña fortuna o una verdadera miseria por sus obras (según el pájaro la pedrada), tenemos un Rascón.

El galán salvaje
Pero ¿quién es Sergio Rascón? Para quien no lo sabe se trata de uno de los últimos melancólicos. De los últimos malditos que sobreviven a pesar del universo de pasarela y mercadeo en el que se ha convertido el arte contemporáneo. Se trata de un tipo genial e incómodo que ha expuesto en Madrid y el DF. Un vicioso, vago, erudito, incansable. Un esquizofrénico ejemplar que no para de producir. Ya sea en un cartón o un papel hermoso, Sergio dibuja. Ya sea en su estudio de Caborca o en algún terreno baldío del centro de Hermosillo, Sergio dibuja. Ya en un porche de la casa de un amigo o en la mesa de alguna cantina, Sergio dibuja. Su línea es una de las más agraciadas de México. Cuando pinta sus cuadros explotan de color y nos cuentan historias de arlequines y mujeres perversas. De amores rotos y beisbolistas olvidados. De adictos a la noche que nos recuerdan que no hay que enamorarse de extraños. Piezas que hacen referencias eruditas sobre obras literarias, fílmicas o musicales. Rascón es un galán salvaje que ayuda a darle carnita al aburrido perfil de nuestros artistas locales. Alguien que nos recuerda espíritus indispensables del arte. De verdaderos iniciados como Artaud y Lord Byron. De Villon y Thomas de Quincey. De Caravaggio y Basquiat. De Rambaud y Modigliani. Creadores impermeables, que no reconocían la existencia sino desde la marginalidad, desde la periferia.

En las venas de Rascón corre sangre Apache, sangre rebelde. Con esa rebeldía está marcada toda su obra. Una rebeldía que nos devela belleza en su estado puro. Una belleza que está más allá del binomio con el que las sociedades miden su moral en turno.

La obra del ya legendario creador estará expuesta hasta enero del próximo año. Si usted no conoce el trabajo del artista tiene una inmejorable oportunidad. Quizá, cuando observe la inmensa pared donde se han montado decenas de sus dibujos, usted alcance a distinguir algún retrato que contenga sus facciones, las líneas de su rostro. Quizá encuentre alguna obra que le recuerde la importancia de llamarse Sergio y apellidarse Rascón en estos tiempos de abulia creativa.Quizá reencuentre algún dibujo que fue suyo y que ahora le pertenece al mito.

Pista de aterrizaje

Pienso en nuestra charla en aquel estacionamiento de cine y hago una cita mental de Benedetti. Citar a Benedetti a estas alturas (unos 5000 metros) me resulta un tanto infantil. Imagínate. Precisamente esa frase que repetí tantas veces, y que seguramente tú también repetiste. Esa frase que ahora me ronda con música de fondo de la banda Aeroplane (¡que correspondencia!), la canción, paradójicamente, Why can´t fly. La frase del poema dice: “La culpa es de uno cuando no enamora, no de los pretextos, ni el tiempo”. Las correspondencias siguen. Justo ahora el capitán anuncia que sobrevolaremos una borrosa ciudad de Tijuana. Hay mal tiempo. Una densa capa de niebla no permite condiciones para el aterrizaje.
Sobrevuelo la desaparecida Tijuana escuchando The point of no return. Pienso ahora en la extraña frase que dijo mi hermano antes de dejarme en el aeropuerto de Hermosillo: “huele a flor de muerto”. Escucho el rugido de las turbinas aún con los audífonos puestos. Se me ocurre que toda la tripulación que nos atiende es en realidad una legión de fantasmas, y que nosotros, los tripulantes, entes que murieron en un desastre entre la bruma. La voz en la bocina, la del capitán, despeja mis suposiciones sombrías. Podremos descender en un momento, la niebla sobre Tijuana comienza a disiparse.
Inicia My enemy y mis correspondencias siguen. Si algo he sido en estos tiempos de incertidumbre, me digo, es un enemigo amable de mí mismo. Un enemigo que otorga ventaja porque sabe que triunfará sobre el débil contrincante. Pide la azafata que apaguemos los aparatos electrónicos porque aterrizaremos en un momento. Adiós Aeroplane. Escribo y siento que mi enemigo también es como esa niebla que ahora se esfuma. Pienso en tu rostro y en tus manos largas. Pienso que todas las palabras que escribo quisieran que tú las leyeras alguna vez. Que estaría de lujo que miraras conmigo por la escotilla cómo se desgasta la niebla sobre la pista de aterrizaje.

“Melancolía”: La danza de la muerte


Por Julio Rodríguez Chico

Radical, intenso, perturbador, apocalíptico, excesivo. Así es el cine de Lars von Trier y así sentimos “Melancolía”, con toda la fuerza de un mundo que toca a su fin y de unos personajes que se esfuerzan en vano por ser felices y superar sus miedos. Es conocido el gusto del danés por provocar al espectador y buscar su catarsis, por tratar de resquebrajar sus principios vitales y dejarle el rejón bien metido en el alma. Para el co-fundador de Dogma 95, lo irracional y lo visceral triunfan siempre sobre la mesura y la contención, y todos los sentimientos de sus personajes son llevados al extremo, hasta que la misma existencia se hace imposible y es preciso un nuevo mundo, una nueva civilización. Quizá por eso la Tierra viva sus últimos días y nadie la echará de menos, pues un planeta llamado Melancolía va a colisionar con ella en una tragedia que es reflejo de otra incubada en el seno de la familia protagonista.

En una lujosa mansión con un campo de golf de 18 hoyos se va a celebrar la boda de Justine y Michael. Claire, hermana de Justine, se ha encargado junto a su marido de la organización de la fastuosa fiesta, en un intento por complacer a la depresiva novia y ayudarle a ser feliz. A pesar de los esfuerzos de todos, la celebración transcurre entre reproches, exabruptos y temores a terremotos afectivos y familiares —cada uno carga con un lastre de ansia de poder, dinero, amargura, miedo, desprecio u odio que termina por aflorar—, mientras en los jardines observan cómo el misterioso planeta se acerca en una danza de la muerte que a nadie deja impasible.

A la noche oscura del alma de Justine le sucederá un segundo capítulo, que Lars von Trier concede a su hermana Claire, pues ella también vive su propio calvario. No hay tranquilidad y sí tristeza en una “Tierra que es cruel”, lo mismo que en una terraza con una copa de vino y la Novena de Beethoven. Por eso, el director de “Antichrist” (2009) parece suplicar a Melancolía que termine pronto su tarea, pues solo entonces se podrá transformar esa desazón y odio en paz y sosiego, sentimientos que ya han invadido a Justine tras esa noche de amor con la Naturaleza, en lo que termina por constituirse como una tragedia romántica alemana que echa mano del mismo Richard Wagner.

El cine de Lars von Trier es visceral y poderoso al recoger estados interiores y extremos del alma, con personajes desequilibrados emocionalmente y con soluciones drásticas y tremendamente pesimistas. La fuerza visual e hipnótica de algunas imágenes es indudable, en especial de aquellas que conforman el preludio, o en esos globos de luz que suben al cielo estrellado para perderse o quemarse ya en el inicio. A la vez, la opción por una cámara en continuo movimiento que genera inquietud y búsqueda —en un regreso a los inicios Dogma, con evidentes resonancias en la boda de “Celebración” (Thomas Vinterberg, 1998)—, o los abundantes primeros planos utilizados para adentrarse en las mentes perturbadas de sus protagonistas, son recursos eficaces para un guión que se regodea en el dolor y se mira mucho a sí mismo, como si unos y otros necesitaran espantar sus miedos o despertar al espectador, y también como si la felicidad fuera tan efímera como imposible.

Es una constelación de almas cuyos temores vencen a los afectos, por mucho que se construya una engañosa “cueva mágica” y se den la mano, porque es una sociedad desquiciada y perdida en lo trivial —en el concurso de las 678 alubias—, tanto como lo están Justine, Claire y cualquiera de los pobladores de la Tierra. Situaciones depresivas donde todo intento por ser feliz es baldío, con una negrura y nihilismo constantes porque el hombre es un fracaso, donde la amargura y el desencanto se alojan en los personajes y enrarecen definitivamente el ambiente. Son atmósferas de tensión y angustia muy bien conseguidas, con grandes interpretaciones de Kirsten Dunst —una nueva Ofelia, premiada en Cannes— y Charlotte Gainsbourg —decididamente, Von Trier es director de mujeres— y con una banda sonora tan poderosa como terrible.

Por otro lado, está claro que el cosmos del danés no tiene nada que ver con el de Terrence Malick, ni la visión de la vida de uno con la del otro, pues si el primero mira a la tragedia y busca la provocación, el segundo prefiere la poesía y atiende más a la meditación serena; y si uno entierra al hombre porque no tiene remedio, el otro lo eleva a la contemplación con una luz de esperanza. Ambos son cineastas poderosos y visionarios, genios y artistas, con un mundo interior interesante y una exquisita sensibilidad. La diferencia está en que uno vive con el cielo encapotado mientras el otro respira aire fresco y trascendencia, y en que uno baila la danza de la muerte mientras que el otro planta el árbol de la vida.

El árbol de la vida que crece más allá de las salas de cine



"El objeto más delicado puede servir
de eje al universo…"
-Walt Whitman

Outsiders frente la pantalla
Acabo de ver la película El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011). En la sala sólo estábamos tres personas. Los tres pasados de peso y con una innegable pinta de outsiders. Las salas contiguas abarrotadas: fórmulas fílmicas de romances estúpidos, violentas conspiraciones y el fin del mundo. Después de todo El árbol de la vida cae dentro de la categoría de película rara. Si raro entendemos aquel oficio creativo que se toma el tiempo, en este caso, de contar una historia y hacernos reflexionar. El cine que ve el gran público de nuestros días es rápido y en él no hay espacio para que el espectador conecte, por sí mismo, ideas y sensaciones.

Aunque la estrategia de contar en su reparto con dos símbolos de Hollywood, Brad Pitt y Sean Penn, seguramente funcionó para que más personas compraran boleto, el acomodador del cine me comentó que desde el estreno de El árbol de la vida mucha gente se sale a media proyección. La información la tomé como una metáfora mas allá de la sala del cine. Aunque la película mantiene una estructura fílmica que apuesta ser enlazada por el público, de otra manera es sólo una secuencia abstracta de imágenes y sonidos, tampoco es tan complicado entender la propuesta de Malick: conectar significados.

Mensajes
Es sorprendente la aritmética con que suelen llegar los mensajes a los seres humanos, como sorprendente es el desinterés con el que los recibimos la mayoría de las veces. Días atrás quien esto escribe caminaba, como un lunático, por parques y bulevares pensando en lo absurdo de su existencia. Sintiéndose miserable, el arroz negro del universo. Así, sin un lugar al que llegar, llegué al cine. Así como llegaron los silenciosos compañeros de sala, para quienes muy probablemente esta historia sobre una familia de Wako, Texas, en los Estados Unidos de los 50, filtró, como sucedió conmigo, su propia infancia.

Mi infancia trascurrida en los 80 en un barrio polvoriento de Hermosillo. Un filme que filtró la relación con mis hermanos y mis padres. Que me hizo preguntarme, de nuevo, esas cuestiones grandilocuentes que no han podido contestar, ni podrán, filósofos y sabios, religiosos e iluminados. Esas cuestiones que han sido rondadas por el lenguaje de ciertos poetas. La película en cuestión es precisamente un intento poético de acercarnos al movimiento más elemental de la existencia, a eso que se conoce como “el milagro de la vida”. Es fácil identificar a Heidegger y Whitman en sus contenidos; durante toda la proyección se me venía a la mente una rescritura fílmica del Canto a mí mismo del poeta estadounidense y un resumen del Dasein que el filósofo alemán pregonaba en Ser y tiempo. Ese afán de conectar lo micro con lo macro. . Ese afán por sugerir que la especie humana es parte de un cosmos cuyo significado va más allá del lenguaje. Que el individuo es pieza clave de la relojería universal.

Preguntas
¿Qué tiene que ver conmigo, con mi historia personal, la coreografía de una parvada de gorriones que sobrevuela entre edificios descomunales? ¿Qué tiene que ver conmigo el movimiento del agua? ¿Qué tiene que ver conmigo un dinosaurio observando el océano? ¿Qué tiene que ver conmigo la formación de una supernova? ¿Qué tienen que ver conmigo las pequeñas huellas dactilares de un recién nacido y la mirada apacible de su madre? ¿Qué tiene que ver conmigo la misericordia de un reptil extinto? ¿Qué tienen que ver conmigo la luz que se filtra entre el follaje de los árboles y el musgo verde sobre las piedras del río? ¿Qué tienen que ver conmigo los bancos de peces y la trayectoria de las mantarrayas? ¿Qué tienen que ver conmigo la culpa, los recuerdos tormentosos y la catarsis de los seres humanos?

Aprendiz Zen
Después de las dos horas pasadas que dura la película regresé a mi casa, recorriendo bulevares y parques, con la sensación de haber platicado con un buen amigo. Uno bien intencionado. Ya no me sentía como el arroz negro del universo sino como un aprendiz Zen que se dirige a la disipación inevitable, a ese lugar donde los budistas dicen que Todo es Uno. El final de El árbol de la vida es quizá su única debilidad. Sin embargo recomiendo amplísimamente a todos los outsiders que leen esta columna, que caminen rumbo a su sala de cine favorita y se dejen llevar, como hasta ahora, por el cause de su propia historia, la de todos.

Astronauta de perros



Por los barrios pasan los papeleros del horror muy temprano.
Todos, atentos en las banquetas, esperan su turno.
No tardará en llegar la noticia del último decapitado.
Del encobijado más reciente.
De la mujer levantada a las afueras de una maquila.
Del vendedor cadavérico de foco.

Después de todo, me dice mi tío Toño,
se trata de la única sección de sociales que tenemos los jodidos.
Después de todo se trata de nosotros, chaval acojonado.

Por la tarde la porción de repugnancia no termina.
Moto sierras que cercenan cabezas van más allá de la ficción.
Más allá de la serie B y la serie X.
En la oficinas documentos y links.
En los foros donde la gente pide, a gritos, atención,
hay llamados a la urgencia.

Qué shampoo se ponen los descabezados?
Cómo será el miedo cuando se acerca el metal?

Seguramente no como éste que ahora comparto con compadre.
Éste de taparse los ojos y la boca ante el pánico.
Éste de reírse, con una mueca de asco y pena,
mientras el personaje se desangra.

Por qué estoy mirando este resumen atroz?
Por qué esta historia me interesa?
Algo malo pasa conmigo?

Anuncia el papelero: “Ayer fueron tres los cuerpos encontrados”
Los links: “Bienvenido al club de los jinetes sin cabeza”
Las palabras, los actos.

Quiero ser astronauta.
Quiero ser autista.
Quiero ser un perro que duerme en un felpudo.


Pintura: Jeremy Geddes.



MUNICIPALITOS INVITA:

Con el fin de crear foros de discusión y análisis sobre obras artísticas; además de instituir el grupo Municipalitos como asociación civil, se ofrece el taller: El desencanto humano: enfriamiento en las relaciones afectivas y sociales en cuentos de la literatura contemporánea.

Moderadores: Iván Ballesteros Rojo (Escritor, reportero, editor y maestro) y Alfonso López Corral (Escritor e investigador).

Características
El taller se desarrollará en tres módulos de dos horas cada uno. Una vez leídos los textos se discutirán los elementos narrativos y las implicaciones simbólicas contenidas en los cuentos, focalizando el análisis en el paulatino desencanto de los seres humanos en sus relaciones sociales y afectivas.

Primer módulo: Se discutirán los cuentos: Bartleby, de Herman Mellville; Un día perfecto para el pez banana, de J.D. Salinger; Si me necesitas llámame y Nadie decía nada de Raymond Carver. Advertiremos aquí los significados y nuevas realidades sociales que aparecen en las narraciones, mismas que desde la segunda mitad del siglo XX han cambiado la concepción de instituciones como la familia, la religión, el amor, las relaciones humanas y el progreso.

Segundo módulo: Se discutirán los elementos narrativos de los cuentos: Dance, Dance, Dance de Haruki Murakami; El ojo silva de Roberto Bolaño; Encarnación de una generación quemada de David Foster Wallace y de Samanta Schweblin los cuentos Conservas y Cabezas contra el asfalto.

Tercer módulo: Mi crimen favorito de Ambrose Bierce; El observador de caracoles de Patricia Highsmith; Romper el cerdito y Un afeitado finísimo de Etgar Keret y Planes de contingencia frente a los zombies de Kelly Link.


El costo completo del taller es de 300 pesos y está dirigido a adolescentes y adultos.

*Los textos serán enviados vía electrónica por lo que es necesaria la confirmación de su asistencia. Correo para confirmaciones: ivanballesta@gmail.com

El taller tendrá lugar en Biblioteca Municipal Rafael V. Meneses. Mejor conocida como la biblioteca de la Tutuli, los días miércoles 17, 24 y 31 de agosto.
Dirección: Garmendia y Tabasco, Esq. Plaza Tutuli, Col. Modelo. De 6:00 a 8:00. de la noche.